ADRIANA

Kael y yo nos quedamos solos. La verdad no me apetecía nada. Después del show que acababa de vivir, lo único que quería era respirar, pensar, y si podía, desaparecer un rato del mundo. Pero claro, Kael tenía otros planes.

Yo solo quería dejarle las cosas claras. Nada de confusiones, ni escenas, ni cuentos de “destinada” bajo la luna. Pero él seguía en su película, como si todo lo que había pasado fuera una señal del universo para unirnos.

Me miraba con esa cara de “ven a mí”, como si esperara que me lanzara a sus brazos.

Y yo pensaba, ¿en serio? ¿Ahora? ¿Después de todo esto?

No sé si era cabezón, romántico o simplemente patético. Pero estaba claro que no estábamos en la misma página.

—Si te parece bien… dormiremos juntos todas las noches —dijo, como si fuera lo más normal del mundo.

Lo miré y me salió una risa.

—¿Tú estás loco? —solté, aún sonriendo.

Kael frunció el ceño. No entendía, no sabía por qué me reía, y eso lo descolocó.

—¿Por qué lo dices? —preguntó, con la voz