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El timbre de mi apartamento suena como un grito en medio de la noche. Bobby, mi gato, maulla perezoso desde lo alto del mueble. Me arrastro desde el sofá, donde estoy hundida con una taza de té caliente y un libro que no consigo leer. Es viernes por la noche, y el mundo entero parece estar divirtiéndose menos yo. Abro la puerta y ahí están, como siempre, mis vecinas: Lena y Gema. Son primas, y mis vecinas, y somos amigas desde la universidad.

—Tienes veinticinco y estás en pijama un viernes por la noche.

—Vamos a ir a Sapphire, está el Dj que nos gusta. —Lena siempre intenta convencerme para salir, aunque sea un martes y todas trabajemos el día siguiente.

Pero hoy de verdad que no puedo. Mañana tengo que estar a primera hora en la empresa para preparar una reunión.

—Sí, ese que no dejaba de tirarte los trastos el fin de semana pasado —añade Gema, se ríe y se tapa la boca—. Uh, espera, te fuiste con él.

—Y os conté que no fue nada del otro mundo. —De recordarlo, ya me arrepiento de haberme acostado con él—. Su piso olía a calcetines sucios y el sexo nada memorable. Pero en serio, hoy no puedo, mañana trabajo y si no me presento en la empresa pronto me va a tocar aguantar a Dominic dándome la tabarra.

Gema se cruza de brazos y da un pequeño taconazo en la tarima.

—¿Pero no ibas a dejarlo?

Lena se ríe. Son bastante iguales. Al principio pensé que eran hermanas, las dos muy guapas y con una personalidad alocada. Envidio su pelo pelirrojo, les viene de familia, es bastante bonito en comparación a mi aburrida cabellera castaña ondulada. 

—Se está tirando un farol hasta que a quién se tire sea a Dominic. No entiendo como todavía no te lo has follado. ¡Es el hombre más codiciado de la ciudad!

Lo es y lo entiendo. Dominic arrasa, es atractivo, sexy, sensual, con las palabras perfectas para que cualquiera haga lo que quiera.

—Ya, bueno, como jefe deja mucho que desear —me limito a decir—. Os prometo que el finde que viene salgo con vosotras.

Levanto el dedo meñique y ellas, acostumbradas a esta manía mía, entrelazan sus dedos con el mío.

—Lo has prometido, así que ya estás buscando un buen vestido —me advierten.

Cuando por fin me dejan sola, vuelvo al sofá y encuentro la inspiración para seguir leyendo.

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El sábado por la mañana me despierto a las seis gracias a mi alarma. El apartamento está frío, y el cielo gris que se cuela por la ventana no ayuda. Me arrastro hasta la ducha, dejando que el agua caliente me despierte mientras repito mi mantra: Necesito otro trabajo. Necesito un jefe que no sea Dominic Russo.

Y es justo por esto. Hoy la empresa está cerrada, no trabajamos los sábados y yo no debería hacerlo excepto por el hecho de que conozco de qué va el asunto. Las reuniones “especiales” de Dominic, esas que no aparecen en el calendario oficial, las que se celebran a puerta cerrada con hombres que parecen sacados de una película de mafiosos. Sé demasiado, y eso me convierte en una pieza más de su tablero.

Llego a la oficina a las siete y media, el edificio está vacío salvo por los guardias de seguridad que tienen más pinta de matones que de seguridad, y es porque eso es lo que son: matones, hombres de confianza para Dominic que estarían dispuestos a dar su vida por el jefe.

Dominic no llega hasta una hora más tarde, cuando yo ya he preparado la sala de reuniones, he cerrado a cal y canto las puertas, salidas de emergencia, y las ventanas necesarias para evitar inconvenientes. Me conozco este proceso desde el día uno.

—Siempre tan eficiente, Olivia —escucho que dice, bien con admiración o lo que es más probable: burla.

—¿Voy a tener que dejar de serlo para que me despidas de una vez?

Le sale una sonrisa torcida, de las peligrosas, y se acerca más de lo necesario para tomar una de las tazas de café. Su brazo roza el mío, y el contacto, aunque breve, me hace contener el aliento.

—No vas a hacer nada que me haga despedirte, preciosa—murmura, inclinándose lo justo para que su voz roce mi oído—. Porque si la jodes con lo que importa, despedirte se quedará corto con las consecuencias.

El aire se me atasca en la garganta. No es la primera vez que me amenaza, pero siempre hay algo que me deja de piedra, una calma helada, cómo lo dice como si fuera lo usual. Me obligo a sostenerle la mirada, aunque sus ojos oscuros me hacen titubear. Porque sobre todas las cosas, sé que Dominic puede ser peligroso, hasta para mí.

—Entendido, jefe —siseo, dando un paso atrás para recuperar el control.

Este tipo de acercamientos con Dominic siempre me dejan un raro sabor de boca. Debería estar asustada, y en parte lo estoy, pero no es tan simple. Lo que tenemos no es una amistad, aunque a veces lo parezca. Nos llevamos bien porque le soy útil, porque sé guardar sus secretos. Pero no me engaño: Dominic no es bueno, no en el sentido que importa. Y sin embargo, no es a él a quien tengo miedo. No del todo.

—Olivia, preciosa —me llama cuando estoy por salir de la sala—. Ya sabes, no te entrometas.

—Tranquilo, sé parecer igual de tonta que tus anteriores secretarias.

A las nueve, los asistentes empiezan a llegar. Hombres con trajes de diseñador que ocultan pistolas bajo las chaquetas, acompañados por otros que parecen fuera de lugar: chaquetas de cuero, cadenas de oro, tatuajes que trepan por el cuello. Uno de ellos, un chico joven con el cabello rapado y un piercing en la ceja, que se queda fuera de la reunión vigilando, me clava la mirada mientras paso por su lado pretendiendo que hago algo. Su rostro tiene algo salvaje, como un perro callejero que muerde antes de ladrar.

—¿Y tú quién eres? —pregunta, su voz áspera, bloqueándome el paso con un movimiento deliberado.

Me muerdo la lengua.

—La secretaria del señor Russo —sonrío, pareciendo todo lo inocente que puedo—. ¿Necesitas algo?

Se relame los labios y los piercings le brillan.

—Tú número estaría bien. ¿O ya te follas al jefe y me va a cortar las pelotas por tocar a una de sus mujeres?

He aprendido a lidiar con hombres como él, los que creen que todo les pertenece, los que piensan que una mujer en un lugar como este solo puede ser una cosa.

—Soy la secretaria del señor Russo, nada más.

Se ríe, claramente sin creerme. Entonces, sus ojos verdes me recorren desde los tacones de aguja, pasando por mi falda plisada y la camiseta ajustada de cuello alto.

—Claro… Eso decís todas.

Su sonrisa es una mezcla de burla y algo más oscuro, algo que me hace apretar los puños. No es la primera vez que lidio con alguien así, pero hay algo en su mirada, en la forma en que se lame los labios, que me pone los nervios de punta.

—Pues es la verdad. Y si me disculpas, tengo trabajo —digo, manteniendo la voz firme mientras intento rodearlo. Pero él se mueve rápido, bloqueándome el paso hacia el pasillo—. ¿Qué haces?

—No tan rápido, secretaria. —La palabra suena como un insulto en su boca—. La reunión tiene para rato y seas o no una de las zorritas de Russo, a mi me sirves. Dime, ¿dónde te lo follas? Que te lo voy a hacer mejor.

Intento que parezca que sus palabras no me están poniendo nerviosa. Aprieto los papeles con más fuerza contra mi pecho y, prácticamente, me voy corriendo. Serpenteo por los pasillos hasta la fotocopiadora. Sólo quiero adelantar trabajo de la semana que viene, que la reunión termine y volver a casa con Bobby y los realities de la tele. Quiero olvidarme por un par de días de hombres como Dominic o el imbécil del piercing atravesado en la ceja.

El pasillo está en penumbra, con la mayoría de las luces apagadas por ser sábado. El único sonido es el clic-clac de la fotocopiadora y el eco lejano de mi propia respiración. Pero entonces, un crujido. Apenas perceptible, como el roce de una suela contra el suelo pulido. Me giro, esperando ver a uno de los guardias, pero no hay nadie. Solo sombras.

Sacudo la cabeza, atribuyéndolo a mi paranoia. Este lugar me está volviendo loca. Vuelvo a concentrarme en los papeles, pero el aire se siente más pesado, como si alguien estuviera observando. Mis dedos tiemblan mientras alineo las hojas, y un escalofrío me recorre la nuca.

—Pero si te vuelvo a encontrar, pequeña cosita obediente.

La voz de ese tipo, corta el silencio como un cuchillo. Me giro de golpe, y ahí está, apoyado contra la pared al final del pasillo, con los brazos cruzados y esa sonrisa torcida que me revuelve el estómago.

—¿Buscas algo? —Odio que me tiemble la voz.

—Bajarte las bragas. —Se despega de la pared, caminando hacia mí con pasos lentos, deliberados. Su chaqueta de cuero cruje con cada movimiento, y el brillo de sus piercings resalta bajo la luz tenue—. Russo no está aquí para descontarte el rato que tardes en chupármela. 

Intento esquivarlo, pero él es más rápido, bloqueándome el paso con un brazo contra la pared. Su cuerpo está demasiado cerca, su rodilla rozando mi pierna, y el pánico empieza a trepar por mi pecho.

—Aléjate.

—Vamos, no te hagas la difícil. —Su mano libre se alza, y sus dedos rozan mi mejilla, un contacto que me hace retroceder hasta que mi espalda choca con la pared. Estoy a punto de gritar—. Al final todas sois iguales.

—Dominic…

—Dominic no se va a enterar, a no ser que te haga gemir muy fuerte —dice, y su pierna presiona las mías, queriendo obligarme a que las abra—. Vamos, ¿o qué? ¿De verdad te lo follas y me va a cortar las pelotas?

Mi respiración se acelera, cierro los ojos con fuerza cuando su aliento me choca contra la mejilla. Estoy a punto de gritar cuando una voz fría como el acero corta el aire, seguido de un clic metálico.

—Las pelotas no sé, pero meterte un tiro entre ceja y ceja no me lo pienso.

El chico se aleja, aunque no lo suficiente. La sonrisa se le borra cuando ve a Dominic, y la pistola que empuña con frialdad. ¿Dónde estoy metida?

—Yo sólo estoy…

—Me importa una m****a lo que creas que hagas. Tú, pedazo de cobarde, no tienes derecho a respirar su mismo aire sin mi puto permiso. Pídele perdón y aléjate de ella antes de apriete el gatillo.

El ambiente se carga de una tensión que me aplasta. Creo que el chico tiembla, o quizás soy yo, o mi corazón que late tan desbocado que voy a desmayarme.

—No hace falta ponerse así, hombre. Si será por mujeres…

Dominic se acerca sin bajar la pistola, consigue que el pasillo se vea más estrecho y angustioso. Una bola de pánico me llena el pecho y me ahoga la garganta.

—Que le pidas perdón y te largues de mi puta vista, niñato. 

Sé que no me habla a mí, pero me tiembla el labio y estoy a punto de llorar. El chico retrocede un paso, con las manos en alto, pero su mirada sigue siendo un desafío. La pistola en la mano de Dominic no tiembla, y la frialdad en sus ojos me hiela la sangre. Nunca lo había visto así, tan crudo, tan dispuesto a cumplir su amenaza. Mi respiración es un jadeo errático, y el pasillo, con sus luces tenues y sus sombras alargadas, parece cerrarse a nuestro alrededor.

—Perdón… —No suena sincero en absoluto, pero a mi me sirve con que se aleje.

—Y ahora aléjate de ella y vete con tu puto jefe antes de que me arrepienta de dejarte ir tan fácil. —Dominic se guarda la pistola debajo de la chaqueta de cuero y apenas se mueve para que el chico se escabulla—. Desaparece. Ahora.

Desinflándose como un globo pinchado, me lanza una última mirada, una mezcla de desprecio y frustración, antes de girarse y caminar rápido hacia el fondo del pasillo.

Solo entonces Dominic me mira directamente.

Se vuelve hacia mí, y su expresión cambia, pero no a algo más suave. Hay una furia contenida en sus ojos, y por un segundo pienso que está molesto conmigo. Me abrazo los brazos, los papeles de la impresora ahora están esparcidos por el suelo, y trato de recuperar el control de mi respiración.

—¿Estás bien? —su voz es baja, cautelosa.

Asiento, aunque no estoy segura de estarlo.

—Estoy bien —miento, agachándome para recoger los papeles y evitar su mirada.

Dominic se acerca, su sombra no me deja ver bien las letras de los papeles, y sus manos detienen las mías cuando me levanto y quiero ordenarlos. 

—No vuelvas a dejar que un imbécil como ese te arrincone —dice, su voz baja pero cargada de algo que no logro descifrar. ¿Preocupación? ¿Posesividad?—. Porque si me entero que algo como esto vuelve a pasar, me lo cargo. ¿Y sabes quién va a tener que limpiar la sangre del gilipollas que se crea más listo que yo?

Una chispa de diversión cruza su rostro de sólo imaginarlo.

—No lo harías.

Su mano se alza, y por un instante pienso que va a tocarme, pero solo apoya el brazo contra la pared, justo al lado de mi cabeza, encerrándome sin necesidad de contacto.

—No tientes a la suerte, preciosa —murmura—. Nadie pone un dedo encima de lo que es mío.

—No soy tuya —replico, aunque mi voz sale débil, traicionada por el calor que sube por mi cuello.

Él inclina la cabeza, estudiándome. Repito que ya debería estar acostumbrada a esta forma suya de ser, Dominic es un dominante innato. Consigue lo que quiere, siempre. 

—¿Segura? —susurra, inclinándose. Sus dedos tatuados se deslizan por mi cuello, acariciando peligrosamente el escote de mi camiseta y me roza esa parte del pecho peligrosamente cerca de las tetas. Mi cuerpo traiciona mi mente. A veces es difícil no caer.

—Para —logro decir, empujándolo con una mano contra su pecho. Es como empujar una pared de acero, pero él se aparta

—Termina lo que tengas que hacer y vete a casa —ordena, dando un paso atrás y rompiendo el hechizo—. No quiero verte aquí cuando acabe la reunión.

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