Mundo ficciónIniciar sesiónCuando llego a casa estoy mentalmente agotada. Pensaba que sabía dónde estaba metida; siempre he pasado desapercibida: La secretaria tonta de Dominic Russo que no entiende nada. Pero lo de hoy…
Definitivamente necesito otro trabajo y alejarme de Dominic.
Con un quejido me dejo caer en el sofá. Bobby parece entenderme porque se hace una bola de pelo entre mis pies. Le rasco detrás de las orejas, pero ni siquiera su calor me quita el nudo en el pecho. Cierro los ojos, intentando borrar la mañana por completo.
El resto del fin de semana me pasa sin pena ni gloria. Intento distraerme: limpio el apartamento, miro realities en la tele, acaricio a Bobby hasta que protesta con un maullido indignado, y salgo a hacer la compra.
El lunes por la mañana, el frío de la ciudad me golpea al ir a por mi coche aparcado calle abajo. Nunca encuentro aparcamiento cerca; en algún momento el año pasado, alguien pasó por el edificio recogiendo firmas para pedir plazas privadas de aparcamiento, pero no sirvió de nada. El rascacielos de la empresa se alza en el horizonte, un monstruo de cristal que sobresale sobre el resto de edificios de la ciudad. Todo lo que Dominic posee es una exaltación de su gigantesco ego.
Empujo la puerta giratoria de cristal blindado y el calor de la calefacción me abraza con gusto. Mis tacones resuenan sobre el sonido de los teléfonos que ya timbran y los saludos formales entre otros compañeros. Me quito la bufanda con pereza sorteando los tornos y, esperando al ascensor, una voz chillona exclama mi nombre.
—¡Olivia! Buenos días. —Clara se extiende sobre la recepción con una sonrisa de labios gruesos pintados de rojo. Aletea un sobre blanco en el aire—. Ha llegado esto para ti. ¿Un admirador secreto?
Lo recojo de sus manos. Veo que sólo está escrito mi nombre entre corazones dibujados. ¿Qué?
—Ummm… No lo creo, ¿quién lo ha dejado?
—Lo he recogido esta mañana del buzón de sugerencias. Es la primera carta que me encuentro ahí.
Ya, es que tenemos un buzón de sugerencias, pero sugerirle algo a Dominic es inútil porque se lo pasa todo por ahí abajo.
—Gracias —digo, de todas formas—. Veré a quién he enamorado esta mañana. Adiós, Clara.
El trayecto en ascensor es emocionante de alguna forma. ¿Un admirador? Sólo se me ocurre que sea el Dj de hace un par de fines de semana, o una cartita de amor ridícula de mi ex. Su último intento fueron unas flores que me decoraron el escritorio un par de días hasta que se marchitaron.
Dejo el sobre sobre mi escritorio mientras me quito la chaqueta y cuelgo mis cosas en el perchero de la esquina. En esta planta, la última, sólo trabajamos Dominic y yo: él encerrado en su despacho (cuando viene) y yo en mi escritorio perfectamente organizado. Por lo menos tengo las mejores vistas de la ciudad a cambio de soportarlo.
Me siento y rasgo el sobre con las uñas. Dentro, la carta de papel se abre: “Olivia Wade. ¿Qué tendrás para que el jefe te mantenga tan cerca? Vamos a descubrirlo. ¿Qué cosas sabrás para que esa preciosa boquita tuya sea digna de defender? Vamos a descubrirlo”
El papel me quema en las manos. Lo releo una y otra vez, como si las palabras fueran a cambiar, pero no lo hacen. Intento ignorarlo todo lo que puedo pero durante unas horas no soy capaz de pensar en otra cosa. ¿El chico del sábado? ¿Su jefe? Organizo las próximas reuniones de Dominic sin éxito, me equivoco escribiendo y no dejo de mirar al ascensor esperando a que aparezca.
Sobre las doce de la mañana, el ascensor suena. Levanto la vista y ahí está Dominic, entrando con ese paso suyo que parece reclamar el espacio. Lleva un traje gris oscuro que abraza su cuerpo como si estuviera diseñado solo para él.
No espero a que me salude cuando me pongo de pie y lo sigo dentro de su despacho. Tiro el sobre su escritorio.
—¿Sigues intentándolo? Tengo que darte un plus por tu convicción, preciosa —dice, quitándose la chaqueta del traje y tirándola de cualquier forma sobre el sofá de cuero que hay contra la pared. Yo tengo que ir detrás y colocarla en el perchero.
—Lee —le ordeno.
Se le levantan las cejas pero yo no estoy para pensar en que darle órdenes no está en mi contrato. Golpeo el sobre con mis uñas y lo empujo al filo del escritorio.
—Con corazones y todo…
—Dominic —su nombre me sale como una urgencia.
Sus ojos, oscuros y afilados como navajas, se fijan en mí, mientras sus dedos tatuados cogen el sobre y sacan la carta. Tenía una ligera idea de que esto podría haber sido también cosa suya, no sé por qué, ¿para asustarme? ¿para jugar un rato conmigo? Me mordisqueo las uñas esperando que saque esa sonrisa suya y me diga que era una broma de mal gusto.
Dominic no dice nada al principio. Su mandíbula se tensa, y el tatuaje en su brazo parece vibrar bajo la tela de su camisa negra cuando aprieta el papel entre sus dedos.
—¿Quién te ha dado esto? ¿De dónde lo has sacado?
—Clara, una de las chicas de recepción, dice que lo encontró en el buzón de sugerencias. —Cojo aire y me entrelazo las manos para que dejen de temblar—. Oye, mira, de verdad que esto ya no me gusta ni un pelo, deja que me vaya y…
Si es necesario volveré a mi antigua ciudad, o a otra dónde nadie me conozca.
—Tú no te vas a ninguna puta parte, y menos con esta m****a circulando por ahí.
Con furia abre uno de los cajones de su escritorio y tira la carta dentro. Después, lo cierra con tanta fuerza que me hace pegar un bote.
—¿Es por lo del sábado? Lo de la reunión… ¿Ves? Mejor me voy. Recojo mis cosas y…
—Escúchame bien, Olivia —dice, su voz es un murmullo que me recorre como un escalofrío mientras rodea el escritorio y se me acerca demasiado—. Nadie te toca. Nadie se acerca a ti. Y si alguien es lo bastante estúpido para intentarlo, lo encontraré, y créeme, no quedará nada de él. Ahora con esta m****a sólo tengo más motivos para tenerte cerca.
—¿Y si eres tú el que lo ha mandado justo por ese motivo? —Tengo que levantar la cabeza para dar con su mirada oscura, y con la sonrisa que le amenaza los labios.
—¿Crees que yo haría esto? —No puedo fiarme de él, no cuando todo en mi vida está empezando a desmoronarse por su culpa. Se inclina más cerca, hasta que su aliento roza mi mejilla. —Si yo quisiera jugar contigo, preciosa, no necesitaría una nota. Sabes exactamente cómo te haría mía.
Mi cuerpo traiciona mi mente, un calor traicionero subiendo por mi cuello. Quiero empujarlo, gritarle, pero mis manos se quedan quietas, atrapadas en la intensidad de su mirada.
—Entonces, ¿qué vas a hacer al respecto?
—Trabajar.
—¿Trabajar? —repito, mi voz es más temblorosa de lo que quisiera—. ¿Eso es todo? ¿Alguien me amenaza, y tú vas a seguir como si nada? No te conviene que me pase nada, Dominic.
Sus ojos se oscurecen, y por un segundo, juro que veo algo más allá de su arrogancia habitual: una furia contenida, algo casi animal. Se inclina hasta que su rostro está a un suspiro del mío, su aliento cálido rozando mis labios. ¿Qué hace? ¿Va a…?
—Olivia —dice, mi nombre en su boca suena como una promesa y una amenaza al mismo tiempo—. No me toques los cojones. A veces se te olvida quién soy.
Quiero decirle que a veces a él se le olvida todas las que yo sé y no debería. Que sé quién es en realidad. Pero no me atrevo. Soy una mujer adulta, una que se ha metido dónde no debería. ¿Qué me costaba seguir trabajando en la cafetería del campus de la universidad?
Cojo aire y doy un paso atrás. Claramente su cercanía no me deja pensar con claridad. El calor de su cuerpo me envuelve, y el aroma de su colonia —madera quemada, cuero, algo oscuro y adictivo— me marea.
Sin decir nada, porque no tengo nada que decir, me doy la vuelta y camino hasta la salida de su despacho.
—Andrew te llevará a casa —anuncia a mis espaldas.
—Mi coche está fuera.
—Me da igual. Andrew te llevará a casa —repite.







