«¿¡Qué has dicho!?»
La voz atronadora del señor Scarlett, padre de Edward, retumbó en el gran salón principal de la mansión de la familia Scarlett. El cristal de la lámpara de araña vibró levemente, reflejando la dureza de su tono. Edward agachó la cabeza, el sudor frío deslizándose por sus sienes. «Padre, puedo explicarlo—» «¿Explicarlo?» El señor Scarlett golpeó con el puño sobre la mesa de mármol, haciendo temblar las copas de cristal. «¡Hoy debías casarte con Ruby Wilson! ¡Hoy debías sellar la unión con esa familia! ¿Y qué hiciste? ¡Has provocado un escándalo barato con… con esa bastarda!» Todas las miradas se volvieron hacia Emilia, que estaba sentada en un rincón del sofá. Su rostro se había puesto pálido, pero sus labios mostraban todavía una sonrisa tenue. Parecía inmune al desprecio del señor Scarlett. «No culpe a Edward, señor Scarlett», dijo Emilia con voz suave pero cargada de astucia. «Yo lo provoqué, yo… lo quiero demasiado.» ¡Plaf! Una bofetada estalló en la mejilla de Emilia. La señora Scarlett, madre de Edward, la miraba con asco. «¡Cómo te atreves a hablar como si fueras inocente! ¡No eres más que la hija ilegítima de los Wilson! No mereces ni estar sentada aquí, mucho menos arruinar los planes de nuestra familia.» Emilia bajó la cabeza, sus ojos brillaban de rabia aunque intentaba disimularlo. «Yo solo quiero que Edward sea feliz…» murmuró. Edward se levantó de golpe, protegiéndola. «¡Basta! ¡No culpen a Emilia! Yo la amo. Yo… yo nunca amé realmente a Ruby.» «¡Cállate!» rugió el señor Scarlett. «¿Crees que el amor es más importante que el poder? ¿Piensas que te he criado para seguir tus estúpidas pasiones? ¡Ruby Wilson es la clave de la herencia Wilson! Su fortuna, sus acciones y su influencia podían ser nuestras. ¡Y has desperdiciado esa oportunidad de oro!» Edward quedó en silencio, pálido. Sabía que su padre tenía razón. Todos sabían que los Wilson eran una de las familias empresariales más poderosas de la ciudad, y Ruby era la única hija legítima. La señora Scarlett lo miró con severidad. «Escucha bien, Edward. Nuestro nombre ya está manchado por este escándalo. Pero aún hay una salida. Debes recuperar a Ruby. Haz que vuelva a tu lado, cueste lo que cueste.» Edward murmuró con voz baja: «Ruby ya se casó con otro hombre… con Erick Donovan.» El señor Scarlett entrecerró los ojos. «¿Donovan?» Reflexionó un instante y luego soltó una carcajada sarcástica. «¿Quién es ese? No hay registros importantes de los Donovan. Seguro es un don nadie, un pobre sin apellido. Eso juega a nuestro favor.» Edward lo miró sorprendido. «¿A nuestro favor?» «Sí.» El señor Scarlett se acercó y le dio una palmada fuerte en el hombro. «Un hombre sin nombre, sin poder, jamás podrá proteger a Ruby mucho tiempo. Aún puedes tomar el control. Acércate a ella, haz que dude de su matrimonio. O…» Su mirada se endureció. «…destruiremos a Donovan hasta que Ruby no tenga otra opción que volver contigo.» Edward apretó los puños. «Padre, si eso es lo que me ordena… lo haré.» Emilia lo miró con angustia. «¡Edward! ¿Y yo qué? ¡No puedes volver con Ruby! ¡Tú dijiste que me amabas!» Edward la miró con vacilación. Sus ojos reflejaban dolor, pero también avaricia. «Te amo, Emilia… pero no puedo desobedecer a mi padre. Debemos pensar en el futuro.» «¿El futuro?» Emilia se acercó, con lágrimas en los ojos. «¿Entonces vas a abandonarme?» «¡Cállate, mocosa insolente!» la reprendió la señora Scarlett. «¡Ya has causado suficiente daño! No cargues más a Edward.» Emilia apretó los dientes, conteniendo la furia. Miró a Edward fijamente y susurró con voz helada: «Si vuelves con Ruby… yo no me quedaré de brazos cruzados.» El señor Scarlett la ignoró, volviendo a fijar sus ojos en Edward. «Debes actuar de inmediato. Mañana mismo ve a ver a Ruby. Hazle creer que lo lamentas. Aprovecha sus debilidades. Ruby siempre estuvo loca por ti—no podrá olvidarte de verdad.» Edward asintió, aunque la duda lo desgarraba por dentro. «De acuerdo, padre. Iré a verla.» La señora Scarlett esbozó una sonrisa fría. «Recuerda, Edward. Si lo logras, no solo limpiarás tu error, también serás el único heredero de la fortuna Wilson. No desperdicies otra oportunidad.» Edward tragó saliva, los ojos encendidos. «No los decepcionaré.» --- Esa noche, en su habitación, Edward se quedó pensativo. La imagen de Ruby y Erick saliendo del registro civil lo perseguía. Ruby lo había mirado a él con una determinación inesperada. «No puedo perder contra él…» murmuró. «Ruby es mía. Y solo yo merezco el poder de los Wilson.» Unos golpes sonaron en la puerta. Emilia entró sin pedir permiso, pálida pero con los ojos ardiendo. «Edward, ¿realmente vas a hacer esto?» Edward la miró. «No tengo opción, Emilia.» «¡Me tienes a mí!» Emilia le tomó la mano con desesperación. «He arruinado mi vida por ti. Me enfrenté a Ruby, a mi propia familia, solo por ti. ¡No me abandones por dinero!» Edward apartó su mano bruscamente. «Esto no es solo dinero, Emilia. Es el futuro. ¿Crees que podemos vivir felices sin poder? Eres ingenua.» Las lágrimas corrieron por el rostro de Emilia. «No dejaré que vuelvas con Ruby. Si lo haces… destruiré todo, incluso a ti.» Edward la miró con frialdad. «No te atrevas a interponerte.» Hubo un silencio pesado. Entonces Emilia sonrió levemente, con una frialdad escalofriante. «Entonces prepárate, Edward… porque yo tampoco me quedaré quieta.» --- A la mañana siguiente, la sala de juntas de los Scarlett estaba otra vez cargada de tensión. El señor Scarlett ocupaba la cabecera, Edward a su lado. «Debemos asegurarnos de que Donovan no tenga dónde sostenerse», dijo el señor Scarlett con voz gélida. «Averigüen todo sobre él. Sus orígenes, su familia, sus debilidades. Lo destruiremos poco a poco. Ruby volverá contigo sin darse cuenta.» Edward asintió. «Entiendo, padre. Empezaré con Ruby. Aún tiene un punto débil. Me acercaré a ella.» El señor Scarlett lo miró fijamente. «No vuelvas a fallar, Edward. Recuerda: si fallas otra vez, dejarás de ser mi hijo.» Edward tragó saliva, rígido. «No fallaré.» En un rincón de la sala, Emilia permanecía en silencio, el rostro inexpresivo. Pero su mirada hacia Edward estaba cargada de una amenaza muda. «No lo permitiré, Edward…» susurró, tan bajo que nadie más pudo oírla.