Lorenzo Vellardi
La puerta se cerró con un estruendo detrás de mí. Ni siquiera me molesté en mirar si alguien lo escuchó. La casa entera podría derrumbarse ahora que no me movería de aquí. Mis puños estaban apretados, mi pecho palpitaba como si hubiera corrido kilómetros, y el sabor amargo en la boca era todo lo que quedaba de mi intento de fingir que todavía controlaba algo.
Ella me desarma.
Maldición, ella me desarma.
Tiré la copa de whisky con tanta fuerza sobre la cómoda que parte del líquido estornudó sobre la madera. Me quedé allí, mirando el reflejo distorsionado en el espejo de enfrente, tratando de encontrar algún rastro de cordura en el hombre que me miraba. No lo encontré. Lo que vi fue un cobarde. Un idiota que le gritó a una chica por algo que, en el fondo, sabía que era su propia culpa.
Isabella.
Ella se arrodilló para recoger los pedazos del vaso y el asa de la sudadera resbaló. Dios, cómo odié haber visto eso. Cómo odié el hecho de que mi cuerpo reaccionara antes inclu