Habían pasado semanas desde aquel instante que cambió sus vidas para siempre. Aurora había decidido quedarse, y la mansión, que antes parecía un refugio silencioso y vigilado, ahora respiraba con vida propia.
Su presencia había cambiado el ambiente en la mansión. Risas infantiles llenaban los pasillos, junto a pasos apresurados y el aroma del desayuno recién hecho. Los rayos del sol de la mañana se colaban entre cortinas de lino, iluminando los muebles de madera oscura y los juguetes desperdigados que Matteo y Elisabetta dejaban tras sus juegos.
Aurora se desplazaba por la mansión con una facilidad que aún le resultaba extraña, como si hubiera encontrado finalmente su lugar en aquel mundo lleno de sombras y secretos.
Aprendía a interpretar cada pequeño gesto de los niños. El suspiro contenido que delataba preocupación, la mirada que se perdía en la distancia buscando consuelo, o ese leve movimiento de manos que pedía cariño sin necesidad de palabras.
Cada señal era un mapa que le pe