Mundo de ficçãoIniciar sessãoEl pasillo parecía más largo que nunca. Marcus tenía una mano en el marco de la puerta del cuarto y la otra, en la nada. Oyó su nombre en dos sitios distintos: el que Clara había dicho en la entrada —tenso, urgente— y el que Laila no decía, pero estaba entero en el silencio de la habitación. Un segundo más y todo se iba a convertir en pasado.
Entró.
Laila estaba de pie junto a la mesa de noche, con su camiseta —la de él— cayéndole como un recuerdo reciente. No lloraba; tampoco estaba fría. Tenía la cara de quien ya entendió lo suficiente como para no pedir más explicaciones. Sobre el buró, el teléfono de Marcus, quieto, boca arriba. La pantalla había vuelto a dormirse, pero el golpe ya estaba dado.







