Mundo ficciónIniciar sesiónLa luz entró primero por los bordes, como si el día pidiera permiso para tocar la habitación. Era un resplandor casi tímido, dorado, que volvía suaves los contornos y hacía brillar el polvo en suspensión como si fuesen luciérnagas diminutas. El penthouse tenía ese silencio que no es vacío, sino descanso. Y allí, en el centro de la cama aún tibia, Laila y Marcus respiraban al mismo ritmo, pegados por el deseo y por algo más que no se atrevían a nombrar pero que, sin decirlo, ya los sostenía.
Marcus despertó antes que el reloj y, por primera vez en mucho tiempo, la cabeza no se le llenó de inventarios ni de cifras. No pensó en agendas ni en correos ni en ese mundo que siempre reclama. Se quedó mirando el perfil de Laila, tan cerca que podía contar—si quisiera—







