Adrián
Reviso unos documentos en mi despacho, aunque hace varios minutos que mi mirada no se detiene en ninguna línea. Las palabras se vuelven borrosas, se mezclan, pierden sentido. Mi madre me llamó temprano, como siempre, con esa insistencia casi tiránica que la caracteriza. Quiere conocer a la nueva niñera, esta noche porque no puede creer que ya llevé tres semanas trabajando y no haya dejado su puesto tirado. Y, por supuesto, ya reservó una cena en el restaurante más exclusivo de la ciudad. No tengo escapatoria. Si rechazo la invitación, aparecerá en mi casa sin previo aviso, invadiendo la poca paz que me queda.
Suspiro con frustración y apoyo los dedos en el puente de la nariz.
Hago una llamada por teléfono.
—Roger, asegúrate de que ella vista el traje que elegí.
La voz de Roger llega impregnada de ese tono insolente que solo él se permite conmigo.
—Como usted ordene, señor. Y, por favor, recuerde ser amable. No le vaya a gritar… o pasará lo mismo que con las otras empleadas, que