BIANCA
Dos semanas han transcurrido de una manera tan ordenada que casi me asusta lo rápido que me acostumbro a esta nueva vida. Cada mañana me levanto un poco antes de lo necesario, me visto con las prendas suaves que ahora llenan mi armario y bajo a desayunar con Adrián y Austin. Y aunque la mesa es grande y el silencio suele dominar la mayoría de las comidas, la rigidez de esos primeros días ha empezado a suavizarse. Adrián habla más, hace comentarios breves, pregunta cómo durmió el niño o si comió bien durante el día, y aunque sus frases no duran más de dos o tres palabras, me sorprendo a mí misma respondiéndole con naturalidad, como si llevara años viviendo aquí. Sin quererlo, se ha instalado una especie de rutina silenciosa que me hace sentir… incluida, aunque no debería.
A veces, mientras lo miro de reojo beber su café, me pregunto cosas que no me atrevo a decir en voz alta. Me pregunto quién es realmente, qué lo llevó a convertirse en este hombre impenetrable, tan frío y disci