Ana María caminaba con prisa por las calles de La Habana rumbo al hotel. Se sentía distinta. Nunca imaginó que pasar la noche con un desconocido pudiera dejarla así, vibrando por dentro. Aún con la ropa arrugada y el corazón latiendo en otro compás, tenía una sonrisa que no podía ocultar.
Al llegar, vio a Laura saliendo del restaurante. Apenas la reconoció, su amiga soltó un grito ahogado de emoción y corrió hacia ella. Se abrazaron con esa fuerza que solo tienen los reencuentros después de una noche que lo cambia todo.
Al separarse, Laura la escaneó de pies a cabeza.
—¡Joder, tía! Pero qué guapa estás… —exclamó entre carcajadas—. ¡Y esos chupetones! Te han dejado marcada como vaca recién comprada.
Ana se sonrojó al notar las miradas curiosas que las rodeaban.
—Shhh, ¿quieres dejar de gritar mis intimidades? Vamos a la habitación, ahí te cuento.
Caminaron entre risas, bromeando con codazos cómplices. En el camino se toparon con Rodrigo, quien, como siempre, se sumó encantado a la conve