La mañana del adiós amaneció con la calidez dorada que precede a un día pleno, como si el sol mismo quisiera envolverlos en un último abrazo antes de su partida. El aire, aún impregnado del suave murmullo del mar de la noche anterior, se mezclaba ahora con el ajetreo creciente del resort. Carritos de maletas chirriaban sobre los adoquines, turistas con el rostro aún marcado por el sueño cruzaban el lobby, sus sonrisas teñidas de una dulce nostalgia por los días vividos. Se respiraba esa atmósfera peculiar, ese silencio expectante que anuncia el final de algo hermoso.Dentro de la villa, Ana cerró la maleta de los niños con un suave clic. No solo guardaba ropa doblada; cada prenda parecía contener un eco de sus risas en la piscina, la textura pegajosa de sus manos cubiertas de helado, la suavidad de sus abrazos bajo la sombra fresca de las sombrillas. Chiara danzaba en círculos, el vuelo de su vestido de lunares llenando el espacio de color, mientras Bernardo, con la lengua asomando en
Dos años despuésEl viento cálido jugaba entre las ramas plateadas de los olivos, agitando las hojas con un susurro que sonaba a secretos antiguos y promesas de calma. El sol de la tarde caía oblicuo sobre la villa de piedra clara, tiñendo la fachada de tonos miel y melocotón, como un suave abrazo dorado. El aire transportaba el aroma terroso y húmedo de la tierra recién regada, la punzante frescura de la albahaca acariciada por el sol, la dulzura intensa de los tomates maduros que llenaba el aire al ser recolectados del huerto trasero.La villa se asentaba en una ladera suave, rodeada por la geometría verde oscura de los viñedos y la explosión amarilla vibrante de los girasoles que se mecían en la distancia como un mar dorado bajo la brisa. Era sencilla, con la calidez acogedora de la piedra y la madera. Real, habitada por risas y silencios compartidos. Un lugar para echar raíces. Un lugar al que siempre se anhelaba volver.Ana salió al porche, acunando a su hija en brazos. La bebé,
Ana María, arquitecta sensible marcada por una pérdida profunda, viaja a Cuba para escapar de su rutina emocional. En una noche mágica en La Habana, conoce a Hugo, un empresario exitoso que también arrastra el peso del pasado. Lo que empieza como un encuentro casual entre mojitos, salsa y caricias robadas, se transforma en una conexión intensa que desafía el tiempo, las heridas y el miedo a volver a amar. Entre besos frente al mar, cenas familiares inesperadas y promesas bajo el sol caribeño, ambos deberán decidir si vale la pena apostar todo por un amor que llegó sin aviso.Después de años ocultando su tristeza detrás de una sonrisa educada, Ana María emprende un viaje a Cuba con la esperanza de reencontrarse consigo misma. Arquitecta brillante, hija única y víctima de una pérdida que marcó su cuerpo y su alma, Ana ha aprendido a vivir en automático, convencida de que el amor —ese que transforma, sacude y reconstruye— no es más que una ilusión para otros. En su interior, carga con la
La música electrónica envolvía el lugar; luces brillaban en medio de la oscuridad, y una multitud se agolpaba afuera, esperando entrar al exclusivo Golden Bar. Era una noche más en el club más codiciado de la ciudad. Solo la élite era bienvenida. Para ingresar, había que hacer una reservación con meses de anticipación. La administración mantenía un estricto control sobre los invitados, garantizando así la seguridad de todos los asistentes.El Golden Bar se encontraba en el corazón de Chicago, rodeado de rascacielos que parecían custodiarlo. Desde afuera, su fachada de vidrio y acero reflejaba las luces de la ciudad, mientras un letrero dorado con letras elegantes anunciaba su nombre. Dentro, el ambiente era una mezcla de lujo y modernidad. Las paredes de ladrillo expuesto contrastaban con los muebles de terciopelo negro, y las lámparas colgantes de diseño arrojaban destellos dorados que iluminaban el espacio con un aire sofisticado.El bar se dividía en dos secciones: el restaurante, g
La música electrónica envolvía el lugar; luces brillaban en medio de la oscuridad, y una multitud se agolpaba afuera, esperando entrar al exclusivo Golden Bar. Era una noche más en el club más codiciado de la ciudad. Solo la élite era bienvenida. Para ingresar, había que hacer una reservación con meses de anticipación. La administración mantenía un estricto control sobre los invitados, garantizando así la seguridad de todos los asistentes.El Golden Bar se encontraba en el corazón de Chicago, rodeado de rascacielos que parecían custodiarlo. Desde afuera, su fachada de vidrio y acero reflejaba las luces de la ciudad, mientras un letrero dorado con letras elegantes anunciaba su nombre. Dentro, el ambiente era una mezcla de lujo y modernidad. Las paredes de ladrillo expuesto contrastaban con los muebles de terciopelo negro, y las lámparas colgantes de diseño arrojaban destellos dorados que iluminaban el espacio con un aire sofisticado.El bar se dividía en dos secciones: el restaurante, g
La música cambió sin que se dieran cuenta. De la energía vibrante de la salsa, pasaron a una bachata que ralentizó los movimientos y transformó el ambiente. Más íntimo. Más cercano. Sus cuerpos, antes animados por el frenesí del baile, ahora se encontraban en un ritmo pausado, envueltos en una cercanía que apenas dejaba espacio para el aire entre ellos.Las luces tenues del bar proyectaban sombras suaves sobre sus rostros. Hugo la sostenía con seguridad, y Ana María, sin saber cómo, terminó con la cabeza recostada contra su pecho, dejando que la melodía la envolviera como un susurro tibio. No hablaron. No lo necesitaban.En algún momento, él deslizó los dedos por su espalda, rozando apenas la tela ligera de su vestido. Ella no se apartó. Al contrario, se apoyó mejor contra él, como si buscara la certeza de que aquel instante era real y no solo un efecto del ron y la música.—No me lo esperaba —murmuró Hugo, rompiendo el silencio con voz grave—. Esta noche. Tú.Ana levantó la mirada, y
Los primeros rayos del sol se filtraron tímidamente por la ventana de la habitación, iluminando la piel desnuda de Ana, que aún estaba envuelta en la calidez de los recuerdos de la noche anterior. Abrió los ojos lentamente, sintiendo los párpados pesados como si el sueño y la confusión se hubieran entrelazado, dejándola atrapada entre el despertar y la memoria de lo vivido. La habitación, desconocida para ella, parecía girar mientras intentaba recobrar los fragmentos de la noche que se deslizaban como agua entre sus dedos.Un leve peso sobre su abdomen y piernas la hizo girar la cabeza. Allí estaba él, Hugo, durmiendo profundamente, con el rostro tranquilo y las sábanas desordenadas. No había intercambiado nombres, no había promesas ni despedidas. Simplemente, el ardor de un deseo compartido que ahora parecía evaporarse en la distancia entre ellos.Se quedó inmóvil un momento, mirando su rostro mientras se preguntaba si algún otro pensamiento se cruzaba por la mente de aquel hombre. Si
Ana María caminaba con prisa por las calles de La Habana rumbo al hotel. Se sentía distinta. Nunca imaginó que pasar la noche con un desconocido pudiera dejarla así, vibrando por dentro. Aún con la ropa arrugada y el corazón latiendo en otro compás, tenía una sonrisa que no podía ocultar.Al llegar, vio a Laura saliendo del restaurante. Apenas la reconoció, su amiga soltó un grito ahogado de emoción y corrió hacia ella. Se abrazaron con esa fuerza que solo tienen los reencuentros después de una noche que lo cambia todo.Al separarse, Laura la escaneó de pies a cabeza.—¡Joder, tía! Pero qué guapa estás… —exclamó entre carcajadas—. ¡Y esos chupetones! Te han dejado marcada como vaca recién comprada.Ana se sonrojó al notar las miradas curiosas que las rodeaban.—Shhh, ¿quieres dejar de gritar mis intimidades? Vamos a la habitación, ahí te cuento.Caminaron entre risas, bromeando con codazos cómplices. En el camino se toparon con Rodrigo, quien, como siempre, se sumó encantado a la conve