Ana no estaba del todo segura de cómo lo había hecho, pero ahí estaba, de pie frente a él, con las palabras ya dichas: ¿Quieres venir con nosotros a Varadero?
No solía ser impulsiva, pero algo en la manera en la que Hugo la miraba hacía que se le aflojaran las reglas.
Él la observó en silencio por un par de segundos. Luego sonrió, ese tipo de sonrisa que derrite las dudas.
—Me encantaría —respondió, con voz cálida—, pero estoy de viaje familiar. Conociste a mi hermano y a mi cuñada esta mañana, ¿verdad?
Ana asintió. De pronto sintió que había metido la pata. Que se había adelantado. Que lo había puesto en un aprieto. La sensación fue tan intensa que casi se le encogió el estómago.
—Aunque… —Hugo continuó, mirándola con una chispa cómplice— no creo que a mi familia le moleste demasiado si me desaparezco unos días.
Ana soltó una risa nerviosa. La tensión empezaba a disiparse.
—Te propongo algo —dijo él, acercándose apenas—. Regresemos a mi hotel, te presento con mi familia, recojo mis co