Cinco años. Cinco estaciones que habían pasado como páginas de un libro que no terminaba de cerrarse.
Ana caminó sobre el mármol pulido del resort en República Dominicana —el sol filtrándose entre las palmeras, el aire cálido pegándose a su piel como un recuerdo persistente— mientras los gemelos correteaban a su lado, absortos en la euforia de lo desconocido.
—¡Mamá, mira! —Chiara lanzó la exclamación al aire como si esperara que el viento la llevara aún más lejos.
Bernardo, más pausado, se detuvo a contemplar la piscina —sus ojos reflejando el azul con una reverencia inconsciente— y pronunció, con la certeza de quien ha tomado una gran decisión:
—Voy a nadar todo el día.
Ana les sonrió, sintiendo el peso de su propia emoción atrapar el aliento en su pecho. Respira, se recordó.
—Primero vamos a registrarnos —dijo en tono sereno, aunque por dentro su corazón mantenía otro ritmo, uno más acelerado.
Un poco detrás, Valente y Lourdes caminaban juntos —las risas de siempre tejidas entre el