La brisa helada del invierno italiano se filtraba suavemente por los vitrales altos de la villa. El fuego de la chimenea crepitaba, proyectando sombras doradas sobre los muros antiguos cargados de secretos. A lo lejos, el canto apagado de los gallos anunciaba que aún era madrugada.
Entienne, aún arrodillado con Eira, la besaba con devoción cuando una voz rasposa, quebrada por el dolor y la fiebre, interrumpió la atmósfera de paz.
—Eira… Giovanni… Eleonora… acérquense, por favor… —murmuró Rowena desde la habitación contigua.
Borgia alzó la vista con gravedad. Sin mediar palabra, se dirigió hacia la habitación donde yacía la mujer herida. Teodoro, Eleonora, Entienne y Eira lo siguieron en silencio. Al entrar, una mezcla de aceites medicinales, incienso y madera húmeda llenó sus sentidos.
Rowena descansaba sobre el lecho del camarote principal, su rostro bañado en sudor, su cuerpo delgado cubierto por mantas bordadas. Sus labios se partían al hablar, pero su mirada conservaba el brillo d