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Capítulo 24 La hora del cuervo

La penumbra envolvía la estancia del Cardenal Giovanni Borgia. Las gruesas cortinas de terciopelo escarlata dejaban apenas pasar la luz de la luna que bañaba los mármoles del Vaticano. Entre sombras, una figura delgada se movía con precisión: ordenaba libros, vaciaba el incensario, limpiaba el polvo invisible de los relicarios. Era Servio, su famulus, un hombre silencioso de rostro enjuto y mirada aguda. Nadie cuestionaba su presencia en los pasillos sagrados. Lo creían simple. Nadie imaginaba que su verdadera función era ver… y recordar.

—¿Qué noticias traes, Servio? —preguntó Borgia, aún sin alzar la vista del manuscrito que escribía con pulso seguro.

Servio se acercó y susurró con tono neutro:

—Su Santidad se encuentra a una hora de distancia, en la Villa Caecilia, su residencia clandestina al otro lado del Tíber. Está… entretenido con las mujeres que el mismo seleccionó de La Rosa Negra, ese burdel en las afueras. No está solo.

—¿Y quién más ha caído esta vez? —preguntó el cardena
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