Entienne descendía por los pasillos en silencio, guiado por la figura que había visto cruzar el umbral de piedra, vestida de blanco y con la melena roja danzando como un incendio contenido. No dudó. Siguió los pasos de Eira hasta ver cómo ella se deslizaba por una entrada secreta, una pequeña compuerta oculta tras hierba y musgo. Sin pensarlo, empujó la piedra con cautela. La entrada era angosta y descendía en espiral. Al fondo, lo que encontró lo dejó sin aliento.
—¿Qué es este lugar…? —murmuró, posando la mano sobre una baranda de hierro.
Ante él se extendía una biblioteca inmensa, tallada en piedra antigua. Una cúpula agrietada dejaba entrar el tenue resplandor lunar. Estantes altos hasta tocar el techo, códices, manuscritos, rollos olvidados. Todo estaba allí, como dormido bajo siglos de abandono. Sin embargo… algo había cambiado. El lugar había sido tocado recientemente. Límpido. Renovado. Eira…, pensó. Solo ella pudo haber devuelto la vida a ese lugar de sombras. Avanzó con asom