Después de muchas noches en vela, Entienne volvió a ver la silueta encapuchada de Martha deslizándose por los pasillos oscuros de la abadía. Pero esa vez, algo era distinto. El aire era más denso, más lúgubre. Entienne, oculto entre las sombras, siguió sus pasos hasta una zona prohibida del ala este, donde no debía haber vida ni actividad. Desde su escondite entre los pilares, lo vio todo: tres hombres, vestidos con los hábitos sagrados de la orden, arrastraban algo.
Al acercarse, sintió que el mundo se le detenía.
—¡Por el amor de Dios…! —murmuró con rabia contenida.
Era el cuerpo delgado, deshecho y casi sin vida de una joven de cabellos oscuros. La reconoció de inmediato. Lírien, la amiga de su Dama de fuego, como él le decía en su mente a Eira, por ese cabello rojo que brillaba incluso en la penumbra.
—Ya no sirve —dijo uno de los hombres con tono despectivo mientras la dejaban caer como un saco de paja.
—Está preñada —respondió otro—. Que se la lleve el diablo o las ratas.
—¿Y qu