A la mañana siguiente, Damián estaba en su oficina. El ambiente era tranquilo, pero cargado de tensión. La luz del sol entraba por el ventanal, iluminando los muebles oscuros y elegantes que decoraban el lugar. Sobre el escritorio, un sinfín de documentos de bienes raíces y finanzas estaban desordenados. Damián los revisaba uno por uno; su ceño fruncido mostraba que algo no le cuadraba.
El silencio fue interrumpido por un golpe leve en la puerta.
—Adelante —dijo sin levantar la mirada.
La puerta se abrió suavemente y entró Lupa, su secretaria personal. Llevaba un traje beige impecable y un recogido perfecto en el cabello. Caminó con seguridad y se detuvo frente al escritorio.
—Señor… ya el auto de la señorita Moretti fue enviado a su empresa, como usted lo ordenó.
—Perfecto —respondió él, aún concentrado en los papeles—. ¿Algo más?
—No, señor.
—Bien. Retírate.
—Sí, señor.
Lupa se giró para marcharse, pero en ese preciso momento la puerta se abrió de nuevo. Sebastián apareció en el umb