El rugido del motor del auto de Damián se apagó al llegar al imponente edificio de Moretti Corp. Bajó con su usual elegancia, traje oscuro, camisa blanca impoluta y su aura de dominio natural que no pasaba desapercibida.
Apenas cruzó las puertas principales, todos los empleados que estaban en el lobby detuvieron lo que hacían. Algunas secretarias se quedaron boquiabiertas, murmurando entre sí.
—Oh por Dios… ese hombre sí que es guapo —susurró una joven, acercándose a su compañera.
—Parece un ángel caído del cielo —respondió la otra, sin apartar la vista de él.
Damián sonrió levemente al escuchar el comentario. No era la primera vez que lo decían, pero hoy, por alguna razón, ese tipo de halagos no le interesaban. Al llegar frente al ascensor, giró ligeramente la cabeza, miró hacia las empleadas y les guiñó un ojo con picardía. Ellas contuvieron la respiración.
Ding.
Las puertas del ascensor se abrieron. Damián entró con paso seguro, y justo antes de cerrarse las puertas, murmuró para s