77. Una rosa para Hermes
Hermes vio como un ostentoso auto se estacionó en la carretera. Las puertas fueron abiertas por una mujer de avanzada edad. Recordaba de quien se trataba; era la verdadera ama de llaves de la mansión Hansen. Frunció el ceño cuando vio a dos pequeños niños con aura angelical, que también se bajaban del carro. Para completar, a ellos también los conocía; eran los mellizos con los que se había topado cuando había legado de nuevo al país. Pero, cada uno, en sus brazos, traía una flor; el niño, la rosa amarilla eterna, y la niña, la rosa roja.
—Los niños del aeropuerto y el centro comercial —comentó Hermes en voz baja, casi como un leve susurro.
—¿Los niños del aeropuerto? —preguntó Hariella, que lo alcanzó a escuchar.
—Ya los había conocido. Me los encontré cuando regresé al país. Ellos se habían perdido y yo los llevé hasta un guardia de seguridad —confesó Hermes—. Además, también me los encontré en el centro comercial, ¿y por qué traen esas rosas? Se parecen a las que había comprado.
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