Nicola
Los disparos, las explosiones no paraban, las malditas balas rebotaban contra los muros como si fueran el eco de mi propia desesperación.
Valentina iba a mi lado, letal y precisa, disparando con una frialdad que no podía creer. Con cada enemigo que caía, sentía más admiración por ella... y más odio por su traición.
—Maldita sea, —gruñí, disparando a otro hombre de la Camorra que apareció entre los arbustos. —¿No paran de aparecer?
Ella no respondió, pero giró su cabeza para mirarme y pude ver en sus ojos que esto no le desagradaba. Sabía que estaba disfrutando. Lo sentía.
—Tenemos que entrar, —dijo, su voz apenas audible entre el rugido de los disparos.
Corrimos hacia la mansión, y cuando entramos... mi mundo se detuvo.
Mi padre estaba en el suelo. Sangrando.
Apenas respiraba. Su camisa blanca estaba empapada de sangre, y su rostro, el del hombre más fuerte que jamás conocí, parecía mucho más viejo y ceniciento.
El hombre que me había criado, que me enseñó todo sobre el poder y