Capítulo: Marcada por el Alfa

Cuando él se fue, Elara rompió en un llanto profundo, desgarrador, un grito de dolor contenido durante demasiado tiempo.

En ese instante, volvió a ver a su loba, a Esla, proyectada con fuerza en su mente.

La voz de su loba era clara, firme, un bálsamo en medio de la tormenta.

“Elara, lo siento, soy tan débil, no pude defenderte por ese brebaje… voy a ayudarte a escapar, voy a salvarte, solo confía en mí… finge sumisión para ser libre. Entiende, finge sumisión”

Elara la miró, furiosa y cansada.

“No puedo” dijo con desesperación.

Pero Esla no flaqueó, su voz fue más insistente y serena.

“Elara, si no me obedeces, el dolor será insoportable para las dos. No solo para ti, también para mí”

Elara bajó la mirada, la realidad la golpeó con brutalidad. Sabía que su loba no mentía.

Ese dolor era un vínculo, una cadena invisible que la unía a Esla y a su propia supervivencia.

Con un suspiro quebrado, asintió, aceptando aquel destino provisional, esa estrategia amarga que les daría la oportunidad de pelear en otro momento, con más fuerza, con más astucia.

Al siguiente amanecer, escuchó ruido, cubrió su cuerpo con sus manos, y Rael apareció.

Su mirada era oscura, recorriendo su cuerpo, y ella solo sintió asco.

Recordó lo que su loba dijo, él se acercó lentamente.

—¿Estás dispuesta a seguir siendo rebelde, Elara? ¿O aceptarás la voluntad de tu Alfa?

Respiró hondo y, con voz temblorosa, pero decidida, habló:

—Está bien, Alfa Rael… pero… ¿Podré conocer a mi loba? Solo una vez. Quiero transformarme. —Su súplica rompió el silencio—. ¡Te lo ruego!

Rael la miró por un instante, sus ojos oscilando entre la duda y la posesión absoluta.

Luego, una sonrisa lenta se dibujó en sus labios, como el sol que asoma entre nubes grises.

“De nuevo volvió a ser mi dócil Elara”

Extendió la mano y acarició suavemente su rostro, como si fuera un trofeo delicado y valioso.

—Mi amada Luna —musitó con voz cargada de promesas y dominación—, si te portas bien, te dejaré hacerlo.

Elara sintió un nudo en la garganta, y aunque quiso exigir más, solo pudo articular una última condición:

—Pero… ¿Me amarás como a Minah? —dijo solo para no levantar sospechas, si el Alfa y ella ahora tenían una conexión, no quería que la usará para comunicarse con lo que ella sentía realmente.

Rael la miró con intensidad, y una sonrisa casi tierna se dibujó en sus labios.

—Te amaré —respondió, con una sinceridad que dolía—, como ya te amo, Elara.

Entonces, sin previo aviso, la besó.

Fue un beso que ella había anhelado en otros tiempos, pero ahora le resultaba nauseabundo, cargado de traición y control.

Resistió, luchando contra el recuerdo dulce y el presente amargo.

Cuando finalmente se apartó, dijo con voz firme:

—Bien, en unos días será nuestra ceremonia de unión. Entonces, te declararé mi Luna, te marcaré, y te permitiré transformarte.

Elara le dedicó una sonrisa fría.

Quedó de rodillas en el suelo, libre, aunque prisionera de mil cadenas invisibles.

Rael desapareció de su vista, dejando tras de sí un aire denso y opresivo.

Ella miró entonces a su loba, Esla, que brillaba en su mente como un faro en la oscuridad.

—¿Cómo podré escapar de aquí? —preguntó en silencio, buscando esperanza.

La loba Esla sonrió, segura y astuta.

—Solo no comas lo que te den esa noche, el efecto del brebaje del Alfa ha pasado, pronto no estará en tu sangre. Será luna llena, y sin la droga en tu sistema, podremos transformarnos.

Elara sintió que el peso en su pecho se aligeraba, que una chispa de fuerza y coraje renacía en su interior.

Sonrió, confiada, porque por primera vez en mucho tiempo creyó que todavía había una posibilidad.

Respiró profundo, dejando que ese aliento renovara su espíritu.

Debía escapar de las garras de los traidores, mientras viviera, no iba a rendirse.

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