Eyssa caminaba lentamente por el sendero iluminado por faroles de fuego azul que marcaban la entrada al jardín imperial.
Su vestido rojo con bordes dorados rozaba las flores, y la brisa nocturna llevaba su aroma por el aire.
Cada paso la acercaba a su destino, a esa unión que cambiaría su vida para siempre.
Sin embargo, justo antes de llegar al círculo de rosas preparado para la ceremonia, una voz conocida y cálida la detuvo.
—Espera, cariño… —dijo su abuela Elara, con una suavidad que contrastaba con la tensión que se respiraba en esa noche.
La anciana, de cabellos plateados y ojos celestes que parecían contener siglos de sabiduría, le extendió un pequeño relicario.
Al abrirlo, Eyssa descubrió una diminuta botella de cristal con un líquido dorado que brillaba como si atrapara la luz de la luna.
—¿Abuela? —preguntó, confundida—. ¿Qué es esto?
Elara sonrió con melancolía.
—Cuando eras apenas una niña, tuve una visión de tu destino —explicó—. Mi pequeña loba oscura, mi nieta, iba a cono