—¡Apareció su compañera! ¡Al fin! —gritó el Luna Syrah con los ojos brillando de júbilo—. ¡Gracias a la Diosa de la Luna! Pensé que el destino nos obligaría a sellar una alianza forzada con otra manada... pero esto… esto es mucho más que un milagro. ¡Esto es la señal que estábamos esperando!
Su voz temblaba por la emoción.
Había esperado años por ese momento. Su cuerpo cansado parecía renovado, como si la energía ancestral le atravesara las venas solo al presenciar la llegada de la compañera destinada del rey Alfa.
La sala se estremeció con murmullos de alegría. Las hembras damas se inclinaron en señal de respeto hacia Luna Syrah y celebraron por aparición de la Luna destinada.
—Tenemos a una verdadera Luna —continuó él, con el pecho inflado—. Una poderosa, una enviada de la Diosa. ¡Ella llevará la sangre Rosso más allá de esta generación! ¡El linaje no solo sobrevivirá, dominará!
El aire olía a incienso.
Las llamas de la chimenea crepitaban como si celebraran junto a ellos.
Las mujeres del séquito de la actual Luna, Syrah, compartieron miradas de asombro y aprobación. Algunas aplaudieron. Otras felices, conmovidas por la realización de la predestinación. Todo el salón parecía bendecido.
Todas celebraban, menos, una.
Rhyssa.
Ella no sonreía.
Estaba inmóvil, con los labios apretados y los ojos fijos. Sus manos temblaban apenas, escondidas en las mangas de su vestido bordado.
Nadie lo notaba, pero dentro de ella, algo se partía en mil pedazos.
Ella sabía exactamente lo que eso significaba.
La llegada de esa loba cambiaría todo. El destino, el poder, los vínculos.
Incluso su lugar en el corazón del rey.
—No —susurró para sí misma, con la garganta cerrada por la rabia—. No puede ser…
Recordó los años que había pasado a su lado. No como Luna, no con corona, pero sí en su cama.
En sus batallas. En su sombra.
Lo había acompañado cuando el viejo rey Alfa cayó bajo las garras del Alfa del clan Darkness en traición y fue asesinado.
Ella misma había sido quien, esa noche, renunció a la manada Darkness y salvó al entonces príncipe Alfa, se interpuso entre el enemigo y él, quien lo arrastró malherido por el lodo hasta salvarle la vida.
Fue su escudo, su consuelo, su desahogo.
Y, sin embargo, nunca fue su compañera.
Nunca fue la destinada, solo una hembra del momento, como si los años de entrega de Rhyssa no valieran nada.
“El rey me quiere a mí”, pensó, apretando los dientes.
“Él juró protegerme. ¡Él no puede abandonarme así! ¡Esa loba debe desaparecer!”
Una chispa oscura se encendió en su mirada.
El amor no correspondido comenzaba a mutar en algo más peligroso. En posesión.
En celos. Sabía que en los ojos del rey Alfa ya no brillaría la necesidad que alguna vez vio cuando él buscaba su calor en las noches frías.
Ahora, la Diosa había traído a su compañera predestinada. Y eso la convertía en un estorbo.
La tensión se volvió insoportable. El corazón de Rhyssa latía con furia.
“Todos están ciegos. Ciegos por la profecía, ciegos por el poder. Ciegos por esa maldita "compañera perfecta". Nadie se preguntaba qué pasará conmigo. Nadie mira mi dolor, lo he dado todo y ahora seré relegada a la nada”, pensó
Pero ella no pensaba desaparecer.
No sin luchar.
***
Lejos de ahí.
Elara corría. El bosque oscuro se abría y cerraba ante ella como un túnel salvaje, las ramas le rasguñaban los brazos, el pecho le ardía y el corazón le golpeaba las costillas con furia.
Las hojas crujían bajo sus pies, mientras su loba interior —Esla— tomaba el control y la arrastraba fuera de la mansión, fuera de toda lógica.
No era ella la que huía.
Era Esla, y estaba fuera de control.
Los sentidos de Elara se agudizaron.
Olores. Lobos. Miedo.
Detrás de ella, los aullidos eran cada vez más cercanos.
El aroma a manada mezclado con sudor, tierra y adrenalina quemaba el aire.
Sabía que los cazadores del rey Alfa Rosso habían salido tras ella. No era solo una persecución.
Era una cacería. Y ella, el trofeo viviente que todos ansiaban capturar.
—Esla, detente. Por favor, detente… —suplicó Elara entre dientes, su voz temblorosa, hundida en el pánico.
Pero la loba no la escuchó.
Elara sabía que escapar no serviría.
Porque no se podía escapar de él. No del rey Alfa.
—No hay forma de huir de él, lo sabes bien —susurró Elara con amargura, sintiendo como su cuerpo empezaba a ceder.
Su parte humana se debilitaba, mientras la loba empujaba más y más fuerte por salir del todo.
Y entonces sucedió.
Esla se detuvo en seco.
De pronto.
Como si una fuerza invisible la hubiera clavado al suelo.
Elara sintió un sacudón interno, como un rayo atravesándola desde el pecho hasta los pies. El aire cambió. El bosque pareció contener la respiración.
Elara abrió la boca para preguntar qué ocurría, pero no alcanzó a emitir sonido alguno cuando el aullido estalló.
Un grito gutural, salvaje, desgarrador.
No era un aullido cualquiera.Era un llamado.
Un grito ancestral que resonó entre los árboles, en las piedras, en la carne de cada lobo que lo escuchó.
Un rugido de deseo, de necesidad, de destino cumplido.
Era el aullido de una loba en celo que acababa de reconocer a su mate.
Y ese llamado iba directo a él.
Elara cayó de rodillas en la tierra, desnuda, apenas cubriéndose, sintió la humedad en sus piernas, y ese maldito deseo, era tarde, su transformación aceleró la llegada, era su primer celo.
Muy lejos de allí, Jarek Rosso sintió cómo algo lo arrancaba del interior.
Su lobo Severon despertó con furia salvaje, golpeando su pecho con violencia.
Se dobló de dolor y placer al mismo tiempo, y sus ojos se tornaron rojos como el vino derramado.
—¡Es ella! Es mi compañera, ¡la encontré! —gruñó entre dientes, sus colmillos expuestos, la mandíbula tensa.
Juró que no quería conocer a su Luna, que no quería amar a nada, ni nadie, desde la muerte de su padre, pero ahora, la necesidad de unirse a ella era insuperable.
Sus sentidos se saturaron. Su cuerpo ardía.
El llamado lo había alcanzado.HOLA, DÉJAME TUS COMENTARIOS O RESEÑAS GRACIAS POR LEER, NO SE OLVIDEN DE SEGUIR MI PERFIL AGREGA A TU BIBLIOTECA, GRACIAS POR LEER♥