Elara se puso de pie con dificultad, temblando aún por el fuego que recorría su cuerpo.
Frente a ella, Jarek había retomado su forma humana.
Ambos estaban desnudos, cubiertos solo por la sombra y el deseo.
Ambos marcados por la necesidad.
El aroma del celo flotaba espeso en el aire, envolviéndolos, empujándolos el uno hacia el otro, como si el universo conspirara para reunirlos.
—¿Viniste? —susurró ella, con los ojos llenos de emoción contenida.
Jarek sonrió, acercándose con paso firme. Su mirada no se apartaba de ella ni por un segundo, como si tuviera miedo de que desapareciera.
—Yo siempre vendré por ti, Elara —murmuró con voz grave, acariciando su rostro con ternura—. ¿Acaso dudas de que eres mi mate? ¿Mi destino?
Elara lo miró, y en ese instante supo que la rabia, el dolor del pasado, ya no tenían peso.
No en ese momento.
No entre ellos.
Solo existía él.
Su olor. Su tacto. Su alma latiendo junto a la suya.
Los ojos de Jarek recorrieron su cuerpo lentamente, devorándola con ado