Al día siguiente…
La mañana había llegado con un silencio inquietante.
El palacio, normalmente lleno de movimiento y murmullos, parecía contener la respiración.
El príncipe Alessander caminaba con paso decidido, guiado por el instinto y una inquietud que le carcomía el pecho. Quería ver a su madre. Necesitaba verla. Pero en su trayecto, sus pasos se detuvieron en seco.
Allí, sobre el sendero de rosas que su padre solía recorrer solo con su madre en los días de ceremonia, el Rey Alfa Jarek caminaba... tomado de la mano de una mujer.
Una mujer que no era Elara.
Alessander frunció el ceño, incrédulo. El corazón le dio un vuelco.
—¿¡Qué… qué hace mi padre con esa mujer?! —soltó, la rabia creciendo como una marea.
Una criada cercana, al escucharle, bajó la voz para responder, temerosa.
—Príncipe… dicen que esa mujer es… la favorita del rey. Su concubina.
—¿¡Qué dices!? —su grito cortó el aire. Su pecho ardía. El desprecio, la humillación, el desconcierto… todo se mezcló en su interior.
Sin