Elara la sujetó del cuello con fuerza, levantándola apenas unos centímetros del suelo. Su mirada dorada, encendida por la furia, era tan brutal que incluso el guardia apostado en la entrada desvió la vista, temblando como una hoja.
—¿Quién demonios te crees que eres? —escupió Elara con voz ronca, vibrante de rabia contenida—. ¿Creíste que podías jugar con mi compañero? ¿Con mi reino? ¿Conmigo?
Kaela jadeaba, apenas lograba respirar. Lágrimas rodaban por su rostro sucio, pero no imploró perdón. En su mirada no había solo miedo, sino algo peor: una satisfacción oscura, venenosa… como si el daño ya estuviera hecho.
—Ya está hecho —murmuró, apenas audible, como una sentencia—. Nada volverá a ser igual, Luna.
Elara sintió que el corazón se le detenía un segundo. Esa frase, tan simple, tan baja, fue un puñal directo a la base de su alma.
Dudó. Por primera vez, dudó de Jarek. Dudó del vínculo sagrado que los unía, del amor que habían prometido frente a la Luna. Dudó incluso de su lugar en aqu