Sienna regresó a casa con el eco de la profecía resonando en su mente. El sol de la tarde en la ciudad bañaba su viejo auto, pero el calor no lograba disipar el frío que sentía en el alma. La voz de Helga, la anciana loba, le había dado una verdad dolorosa y un camino a seguir, pero el miedo a las consecuencias la paralizaba.
La profecía ya no era una simple historia; era una brújula que la obligaba a enfrentar su pasado con Rob, y su presente con Leo y Chris, y a su propio corazón.
Al llegar a casa, Yuly, la niñera, la recibió con una expresión de preocupación.
— Sienna, Ethan… creo que tiene un poco de fiebre. Le di un antitérmico, pero no baja, deberías llamar al doctor…
El corazón de Sienna se detuvo. Fiebre. Una palabra que la había perseguido durante semanas en el hospital. Se suponía que el trasplante estaba funcionando, que Ethan estaba fuera de peligro. No debería tener fiebre.
El pánico la invadió. Se dirigió corriendo a la habitación de su hijo, donde el pequeño yacía en la