4 El hilo rojo

— ¿Robert, estás ahí? — Miara gritó desde lo alto de la escalera.

— Te ha salvado mi mujer — Le susurró al oído — Ahora ve a asearte, enviaré un vestido decente para que te vistas esta noche, no quiero que mi hermano te vea como una piltrafa.

Rob se dio la vuelta y salió de la habitación.

— Estaba verificando que tengamos chef para esta noche.

Miara se quedó en lo alto de la escalera y esperó a que su esposo subiera manteniendo las manos en jarras. Cuando lo vio aparecer lo atacó de inmediato.

— ¿Es en serio Rob? Acabamos de tener una pelea por culpa de esa mugrosa, ¿Y tú vienes de su habitación? ¡No lo puedo creer! — Soltó con desdén.

Él se acercó meloso hacia ella y la tomó por la cintura, acortando la distancia entre los dos.

— Y muy bien que nos reconciliamos después, ¿O no te gustó? — Mordisqueando su cuello, su mujer lo miró con ojos seductores.

— Sí me gustó, y podría hacerlo de nuevo, pero no te quiero cerca de ella — Diciendo la última frase con absoluta seriedad.

— La necesitamos, cariño, ¿O acaso tú vas a preparar la cena? — Enarcando una ceja mientras ponía una manos sobre su hombro y manipulaba sus emociones para que se calmara. Era un truco que tenía bajo la manga y que pocos conocían, en verdad muy útil cuando necesitaba tranquilizar la situación.

Sienna escuchaba lo que sucedía arriba y solo respiraba tratando de calmarse, era absolutamente irónico que fuera el llamado de Miara lo que precisamente la había salvado de ser abusada por el Alfa Rob justo en ese preciso instante.

Trató de tranquilizarse y hacer caso omiso a todo el torrente de emociones y sentimientos encontrados que se agolpaban en su pecho, causándole dolor. Se concentró en las órdenes que acababa de recibir, y en organizar en su mente un menú adecuado a la visita del hermano del Alfa.

Inspiró profundo y luego de una ducha rápida cambió su vestido hecho un desastre por otro igual de viejo, pero sin las manchas de sangre y subió a la cocina.

— ¡Hasta que te apareces! — Miara gruñó — ¡La comida no se va a preparar sola!

Sienna pasó por su lado con la mirada baja tratando de contener las ganas de darle una bofetada, pero era lo que sentía, unas ganas enormes de darle su merecido por abusadora. Sin embargo, ¿Cómo podría hacerlo algún día sin tener su lobo? Solo lograría que la matara.

Se dedicó a hacer lo que se le indicó, y puso todo el empeño posible por hacer un buen trabajo. Había aprendido mucho al lado de la chef, ayudándola a diario durante los últimos cuatro años como sirvienta de la casa, de modo que para cuando llegó la hora de tener todo listo ella había logrado el cometido con creses.

— El invitado del Alfa ya llegó — Escuchó decir a una de las lobas que solían adular continuamente a Miara, pero que en realidad estaban envidiosas de ella y esperaban una pequeña oportunidad de colarse en su puesto como Luna de la manada, ya que era público y notorio que, aunque Miara era la Luna, no era la Mate de Rob.

Sienna levantó la mirada cuando escuchó la voz chinona de Tracy.

— ¿Estás escuchándome inútil? — Le preguntó con sorna.

— ¿Qué es lo que quieres Tracy? — Sin molestarse siquiera en mirarla, todavía tenía las manos ocupadas.

— ¡Que desaparezcas! Pero como eso no es posible porque nadie hará el trabajo sucio, entonces con amargarte la vida me conformo por ahora — Soltó llena de veneno y burla.

—¡Sienna! ¡Ya trae la cena al comedor, que los comensales están esperando! — Miara gritó apareciendo en la puerta de la cocina y haciéndola saltar de la impresión — Tracy, querida, pasa tú también, ya sabes que eres la invitada especial esta noche, debes impactar al hermano de mi esposo, ¡Sonríe y no lo dejes escapar, híncale los dientes como la loba que eres!

Ambas salieron de la cocina entre risitas cómplices y la rubia pudo respirar en paz como para poder acomodar la comida en charolas con rapidez e ir a servir a la mesa, pero justo cuando se disponía a hacerlo, el Alfa Rob apareció pisando fuerte y trayendo algo en la mano. Sienna no pudo evitar saltar de nuevo y el hombre sonrió con malicia.

— Así me gusta, que sepas reaccionar ante mi presencia — Le dijo paseando la punta de la lengua sobre su labio inferior mientras la chica lograba recomponerse — Ponte esto, no quiero sirvientas mal vestidas el día de hoy, cuida ese vestido, deberás entregármelo en perfectas condiciones cuando se vaya la visita.

La joven se quedó petrificada mirando la prenda de seda en sus manos.

— ¿Eres estúpida? ¡Que te lo pongas, te digo! — Ordenó lanzándole el vestido a la cara. Ella lo atrapó en el aire impidiendo que cayera de lleno sobre el tazón de la ensalada — Apresúrate o la comida se enfriará.

La chica corrió a cambiarse, el vestido era de seda pura, azul profundo con tirantes y falda angosta con corte Channel, a media pierna.

Sienna se miró al espejo por un segundo, no tenía más tiempo, pero casi no se reconoció en el reflejo, era la prenda más bonita que se había puesto en la vida, realzaba su esbelta figura y se ajustaba en los sitios perfectos a su cuerpo escultural. Suspiró, era casi como un sueño, se levantó el cabello en una coleta y notó que el tajo en la frente casi había desaparecido.

Estaba a punto de salir cuando vio sus zapatos viejos y rotos que desentonaban con el atuendo. Decidió dejarlos de lado e ir descalza, de todas maneras, nadie se fijaría si una simple esclava llevaba zapatos o no.

Se apresuró a servir todo a la perfección y se aseguró de que la comida estuviera caliente antes de tomar la charola y pasar al salón del comedor.

Sienna se acercó a Tracy y tomó el cucharón de la sopa sumergiéndolo en la fuente, llenó la taza de Tracy y justo cuando la iba a poner delante de la chica, esta levantó la mano en el aire lanzándole la sopa encima a Sienna y bañándola por completo con el hirviente líquido.

— ¡Ah! — La chica reculó hacia atrás instintivamente a causa del dolor e intentó desesperadamente sacudirse la sopa del vestido recordando las palabras de Rob cuando le pidió que no lo dañara, pero el dolor de las quemaduras era tan fuerte que no pudo impedir que las lágrimas salieran como un torrente mientras continuaba luchando con el ardor en su piel.

— ¡Sienna! ¡Mira lo que has hecho! ¡Eres una torpe! ¿Cómo vas a manchar de sopa de esa manera a Tracy? — Gritó Miara levantándose de la silla y corriendo a auxiliar a su amiga que apenas si tenía un par de gotas sobre su ropa — ¡Eres el colmo!

Sienna seguía intentando limpiar la seda mientras confiaba que su piel volviera a la normalidad, pero tardaría, su cuerpo había invertido muchas fuerzas ese mismo día en sanar de las heridas infligidas horas antes así que tendría que soportar las quemaduras por un largo rato.

 — ¡Me duele! — Tracy se quejó sobreactuando para llamar la atención de Leo sobre ella, pero él estaba petrificado mirando la escena mientras su cerebro terminaba de conectar los hilos de lo que estaba pasando.

Miara se giró para ver a Sienna llorar e intentar salvar el vestido y de pronto pareció volverse loca de la ira contra ella.

— ¿Y qué es ese vestido que traes puesto? ¿De dónde lo has sacado? ¡Ese vestido es mío! ¿Cómo te atreves a hurgar entre mis cosas y ponerte algo de tu Luna? ¡Ladrona!

Sienna levantó la mirada y Leo pudo ver la interrogante tatuada en sus ojos aterrados, algo estaba muy mal.

— ¿Qué? — Ella apenas musitó y entonces Miara cayó sobre ella, tirando del vestido y arrancándoselo a la fuerza, destrozando la prenda y dejando a la rubia prácticamente desnuda con la falda hecha girones.

Sienna alcanzó a llevarse las manos a sus pechos para cubrir algo de su honradez, y salió corriendo, adolorida física y emocionalmente, tratando de proteger la poca virtud que le quedaba después de aquella vergüenza.

Leonard reaccionó ante la escena atroz y corrió tras ella alcanzándola a medio camino entre el comedor y la cocina, y quitándose el saco que traía puesto, lo puso sobre los hombros de la chica cubriéndola por completo.

— ¡Espera! Déjame ponerte esto — Le dijo amablemente mientas la cubría de forma protectora.

Sienna sintió terror al ver su rostro idéntico al de Rob. ¡No!, ¡Sí, era Rob, estaba segura! No podía haber otro tipo tan parecido a él, seguramente entre el profundo dolor y la vergüenza había imaginado que el desconocido había venido tras ella.

— ¡Aléjate de mí! ¡No me toques! — Ella gritó mientras corría descalza de regreso al sótano.

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