Al menos durante el día no volví a saber de Lexi, tampoco de Andrew. Este último me dejaba un sabor amargo. Parecía preocupado por mí, pero tampoco volvió a acercarse, y la verdad, es lo mejor. A las cinco y media, recogí mis cosas y salí de la oficina sin despedirme de nadie para no tener que quedarme ni un minuto más. Comencé a sentirme ahogada, pero no por el aire acondicionado, sino por mis pensamientos, que me asfixiaban mientras luchaba por ignorarlos.
Tomé el tren con destino a casa. Cuando abrí la puerta, un intenso olor a estofado de cerdo me invadió. Mi estómago rugió; no había almorzado, así que estaba famélica. Encontré a la culpable de que mi casa oliera tan bien. Alana estaba descalza en la cocina, con unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas que parecía de Fran, porque le quedaba gigante. La música que utilizo para la limpieza profunda resonaba en las paredes, así que no se dio cuenta de mi entrada.
Caminé hacia ella. Se detuvo en medio de su baile, me sonrió y