Con discreción profesional pero haciendo malabares para no llamar la atención, Richard guió a los dos policías uniformados por la entrada trasera del edificio, evitando cuidadosamente las áreas comunes. Los agentes, visibilmente molestos por el recorrido innecesario, subieron los cuatro pisos por las escaleras de servicio en lugar de usar el cómodo ascensor, resoplando con cada escalón.
—¡Han intentado matarme! —anunció Denise en cuanto los vio cruzar el umbral de su oficina, con la voz cargada de dramatismo.
—Cálmese, señora —intentó calmarla el agente más joven, estirando las palabras como si hablara con un animal peligroso—. Necesitamos que nos cuente con detalle lo ocurrido.
Richard, que llevaba una semana soportando los caprichos de su jefa, se mordió la lengua para no advertir al pobre policía que intentar domar a esa bestia era ejercicio de futilidad.
—¡¿Cómo quiere que me calme?! —chilló Denise, golpeando el escritorio con ambas manos con tal fuerza que Richard asomó la cabeza