—Siguiente —dice la voz femenina tras el escritorio, sin levantar la vista de los papeles. Traza una cruz roja en la esquina del último currículum y saca el siguiente de la carpeta.Él entra al escuchar su llamado y echa un vistazo alrededor. Las paredes grises están decoradas con cuadros en blanco y negro de Marilyn Monroe, dando al lugar un aire moderno. Con paso seguro, avanza hacia las sillas frente a la joven, aparta una y se sienta. El hombre, de cabello castaño, se ajusta la camisa del traje—que se ajusta a su figura atlética—y apoya las manos sobre las piernas con un gesto que delata cierta arrogancia.—Buenos días, señor Anderson —saluda ella, pronunciando su apellido con dificultad mientras sus ojos verdes se clavan en los suyos, negros y profundos.—Richard Andersen —corrige él, deslizando la mirada hacia el organizador con forma de panda sobre el escritorio.—Ah, señor Andersen. Impresionante currículum —reconoce, jugueteando con un rizo café que cae sobre su blusa rosa pa
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