Mientras Richard caminaba con la bandeja de cafés y dulces -habiéndose levantado especialmente temprano para ser el primer cliente de Crunchies esa mañana-, su teléfono comenzó a sonar. Haciendo malabares para no tirar los alimentos, contestó la llamada justo cuando presionaba el botón del ascensor con el codo.
—¿Qué tal, baby? —la voz chillona de Carolina resonó en el auricular—. No me has llamado.
—Lo siento, he estado ocupado —se disculpó mientras las puertas del ascensor se cerraban tras él.
—¿Denise es muy dura contigo? —bromeó—. Esto también es una locura, tantos preparativos para el evento...
Richard escuchaba con interés fingido cuando las puertas se abrieron en su piso.
—Oye, ¿qué tal si hablamos por Skype esta noche? —sugirió, ajustando la bandeja con una mano.
—¡Me encanta esa idea! —la risa de Carolina sonó como la de una niña de dos años.
—Te tengo que dejar —colgó abruptamente al ver que se acercaba a la oficina de su jefa.
Al entrar, encontró a Denise tras el escritorio