Aitana
La transición de las sábanas separadas a la intimidad consensuada fue como caminar sobre hielo fino. El "pacto de la pasión sin ataduras" era la lógica retorcida de dos estrategas que se negaban a admitir el amor, pero no podían negar el deseo.
La primera noche después de la junta, Sebastián entró en la suite. Yo estaba leyendo en la cama, con una máscara facial puesta.
—Esto es ridículo —dije, sintiendo el rubor en mis mejillas a pesar de la máscara.
—No. Es práctico —respondió él, desabrochándose la camisa sin inmutarse—. Ambos estamos bajo una presión extrema. Y ambos tenemos una historia que se niega a morir. Es una válvula de escape con la persona más segura del mundo: tu enemigo.
—No soy tu enemigo, Sebastián. Soy tu esposa, tu socia y la madre de tu hija. Y tu mayor riesgo.
Él se acercó a la cama, su mirada intensa, llena de la honestidad que habíamos pactado.
—Exacto. Eres el único riesgo que vale la pena correr.
Esa noche, el pacto se selló en la cama, sin palabras, s