El silencio en la casa que Iván había elegido como refugio era tan pesado que parecía aplastarlo todo a su paso. Fuera, la noche ya se había adueñado del paisaje, cubriendo la pequeña aldea con su manto oscuro. Los árboles, altos y frondosos, se agitaban con el viento, pero el lugar estaba tan apartado que ni siquiera el sonido de los animales parecía romper la quietud. Era como si estuvieran suspendidos en un tiempo detenido, esperando el momento de la tormenta.
Dentro, Natalia se encontraba de pie junto al mapa que Iván había extendido sobre la mesa. Observaba las rutas, los posibles puntos de encuentro con los aliados de Esteban, y se sentía atrapada en una red de estrategias que aún no comprendía completamente. Cada trazo, cada marcador, parecía hablar de secretos más profundos de los que Iván había mencionado. La tensión era palpable, como si los propios muros de la casa pudieran desmoronarse en cualquier momento. La sensación de estar rodeada de sombras no la abandonaba.
Iván, p