El altar aún palpitaba con luz azul cuando Maelis dio un paso dentro del círculo. El santuario no la detuvo.
—No tienes derecho a esa llama, Elena —escupió, sus ojos encendidos—. Esa magia… ese poder… me pertenece.
—No —respondió Elena con firmeza—. No es posesión. Es herencia.
La esfera oscura que flotaba junto a Maelis comenzó a vibrar, alimentada por su ira. Las brujas que la acompañaban se mantuvieron al margen, expectantes.
Darek se interpuso, la mirada fija en Maelis.
—No hagas esto —dijo con voz tensa, casi suplicante—. No te conviertas en lo que ellos quieren que seas.
Maelis lo miró con rabia, pero también con una herida que ardía bajo la superficie.
—¿Lo dices tú? ¿Tú, que me prometiste lealtad… y ahora estás con ella?
—No tienes que estar del lado de la oscuridad, estás a tiempo de ver la verdad.
Maelis levantó una mano, y la magia se lanzó como un látigo negro hacia Elena. Esta la contuvo con un escudo de fuego azul. El impacto sacudió el santuario.
—¡Toda mi v