Un viento helado salió disparado desde las entrañas de la tierra. No era aire. Era un suspiro del Abismo. La advertencia de que no se dejaría sellar sin pelear.
Elena mantuvo los ojos cerrados, las palmas extendidas hacia la grieta, sintiendo cómo la energía la empujaba, le arañaba la piel, buscaba un resquicio en su voluntad. Pero ella no se movió.—Ahora —dijo, sin abrir los ojos—. Darek, tú sostén el vínculo. Kael, vigila los bordes. Saelith… si algo cruza, destrúyelo.Cada uno ocupó su lugar.Darek posó las manos sobre los símbolos marcados con fuego en el suelo. Su poder oscuro, el que había domesticado al volver del Abismo, fluyó por las runas con una fuerza contenida. No luchaba contra el fuego de Elena, lo sostenía. Lo guiaba.Kael aferró el mango de su espada, el acero centelleando con luz lunar. La grieta siseaba, como si se quejara. Como si supiera que la estaban arrinconando.El Saelith descendió en picado, clavando sus garras en el borde del clar