Lucía caminaba en silencio, la capa agitada por el viento del altiplano. A su lado, Amadeo avanzaba con el rostro sereno.
—¿Creés que Elena estará lista? —preguntó Lucía, sin mirarlo. —Creo que lo estará… ella lo está intentando al igual que tú —respondió él. Lucía no dijo nada más. Pero por primera vez en días, dejó que la llama dentro suyo ardiera sin culpa. [Elena – Espejo del Corazón] El agua del estanque no estaba fría. Cuando Elena puso un pie dentro, sintió una vibración ascender por su pierna, como si cruzara un umbral invisible. Dio otro paso. Luego otro. Y entonces todo se desvaneció. Ya no estaba en el bosque feérico. El mundo a su alrededor era ceniza. No fuego, ni viento: ceniza suspendida en el aire. Caminaba sobre una superficie quebrada, como cristal quemado. A lo lejos, una figura la observaba. Era ella. Pero no exactamente. Su cabello era más oscuro, sus ojos más frí