Elena despertó de golpe.
La cuna estaba vacía.
Tardó un segundo en recordar que Eidan dormía a su lado. Su mano se movió de forma instintiva hacia él. Estaba allí. Tibio, envuelto en un paño azul, respirando lento.
Pero algo no estaba bien.
El aire había cambiado.
La magia…
La magia vibraba como un eco que no era suyo.
Se levantó en silencio, sin despertarlo, y caminó hacia el ventanal. Afuera, la noche estaba quieta, demasiado. Ni una hoja se movía. Ni un murmullo. Solo esa energía densa que le erizaba la piel.
Entonces la sintió.
Como una aguja atravesándole la columna.
Era la magia de Nyara, pero no del todo. Era más honda. Más desgarrada.
Dolor.
Culpa.
Y un nombre que se formó sin que ella lo pronunciara: Maelis.
Elena cerró los ojos.
La había visto morir. Había sentido el instante exacto en que Maelis cambió de idea. El conjuro que estaba destinado a matarla se volvió contra ella misma. Su cuerpo explotó en luz.
Y aun así… algo de su energía seguía ahí.
Atrapada entre planos.
Igu