—¿Qué m****a quieres, Jabari?
Tabar no había aguantado estar mucho más en el banquete. Poco después de la partida de Zarah, él también se había retirado. Cuando se dirigía hacia sus aposentos la cobardía lo consumió y terminó por encerrarse en su oficina. Perdió la noción del tiempo. No sabía por cuanto tiempo había estado haciendo girar el vaso de licor entre sus dedos cuando su guerrero entró en la oficina sin siquiera tocar la puerta.
—¿Estás tomando coraje para obligar a tu esposa a tener sexo contigo?
Una mueca de horror invadió el rostro de Tabar.
—¿Me consideras esa clase de hombre?
—Es lo que insinuante ahí afuera, frente a todos tus guerreros. Es contradictorio, mi Señor, considerando lo mucho que insistes en decirles que nunca ultrajen a una dama aunque sea de tierra enemiga. Le has cortado la lengua a buenos caballeros por decir palabras más sutiles que las que pronunciaste en ese banquete.
La expresión de su Señor pasó del horror al asco y del asco al arrepentimiento