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Capítulo: Plan de infidelidad

En la mansión todo estaba en silencio, tan silencioso que el eco de los pasos de Camely resonaba como un recordatorio cruel de su soledad.

Las luces cálidas apenas iluminaban el mármol del pasillo.

Cada rincón de esa casa enorme le resultaba ajeno, como si no perteneciera allí, como si el destino se hubiese equivocado al ponerla en medio de tanta elegancia, en un mundo que no era el suyo.

Se detuvo frente a una de las ventanas.

Afuera, la noche caía con un viento suave que movía las copas de los árboles.

Era la noche de su boda, y, sin embargo, se sentía más sola que nunca.

Suspiró con fuerza y continuó caminando hasta su habitación.

Cuando abrió la puerta, el reflejo del espejo la enfrentó de golpe.

Allí estaba ella: la novia imperfecta, la que se casó no por amor, sino por obligación.

Vio su maleta todavía junto a la cama, como si en cualquier momento pudiera marcharse.

Se acercó despacio al espejo, se observó en silencio, los ojos rojos por tantas emociones contenidas.

Su mano temblorosa se posó sobre su abdomen grande.

—¿Qué esperabas, Camely? —murmuró con voz rota—. ¿Que alguien como él viera más allá de tu cuerpo? ¿Qué te amara de verdad?

Una risa amarga escapó de sus labios, seguida de un suspiro largo y doloroso.

—Qué tontería. Yo no quiero su amor. Solo… solo me casé para salvar a mi nana. Eso es todo. Nada más.

Se dijo esas palabras con la firmeza de quien intenta convencerse a sí misma, aunque en el fondo sabía que mentía.

Había algo en Zacarías, en su mirada seria y en ese modo distante de hablar, que la había conmovido más de lo que quería admitir.

Caminó hasta el baño y, sin pensarlo demasiado, comenzó a quitarse el vestido de novia.

La tela cayó al suelo, se deshizo el intento de peinado.

Entró en la ducha, abrió la llave del agua caliente y dejó que las gotas la envolvieran.

El agua recorrió su piel como un bálsamo.

Cerró los ojos, respiró hondo. Por unos segundos, el ruido del agua la aisló del mundo. No había boda, ni promesas vacías, ni miradas de compasión.

Solo ella, su piel y el silencio del baño.

Pero mientras Camely intentaba recuperar la calma, afuera, en el camino que conducía a la mansión, los faros de un automóvil iluminaron la entrada.

Era un vehículo oscuro, elegante.

El motor se apagó y la puerta se abrió con un sonido seco.

Gala descendió con una sonrisa en los labios, ayudando a bajar al hombre que venía con ella.

Zacarías apenas podía mantenerse en pie.

Sentía el cuerpo pesado, el pecho latiendo con una fuerza extraña, un calor insoportable que le recorría las venas.

—Respira despacio —dijo Gala con fingida ternura, sosteniéndolo del brazo—. No te preocupes, querido, ya estás en casa.

Zacarías tocó su pecho, intentando ordenar sus pensamientos.

Algo estaba mal. Muy mal.

—Me… me siento extraño —balbuceó—. Es como si… como si me quemara por dentro.

Gala lo miró con una sonrisa que mezclaba deseo y triunfo.

—Debe ser el vino —susurró con fingida inocencia—. Te relajarás pronto.

Pero por dentro pensaba con malicia:

“Parece que la droga que me dio mi hermano funciona mejor de lo que imaginaba. No habrá vuelta atrás, Zacarías… hoy serás mío. Y pronto te divorciarás para quedarte a mi lado”

Subieron la escalera con lentitud.

Él intentaba conservar la cordura, luchando contra esa sensación de fuego en la sangre.

Gala aprovechó cada paso para rozarlo, para provocarlo. Su perfume era intenso, dulce, envolvente.

—Oye, oye, no eres mi esposa… detente —murmuró él, desviando el rostro cuando ella intentó besarlo. Su respiración era irregular, sus manos temblaban—. No… no quiero esto.

—Shh… cariño, solo necesitas descansar un poco. Ven —dijo ella en tono seductor, empujando la puerta de una de las habitaciones.

La habitación estaba tenuemente iluminada.

Gala lo condujo hasta la cama y lo hizo sentarse.

Él apenas podía pensar con claridad. Su cuerpo respondía de maneras que su mente rechazaba.

“Te tengo para mí, completamente, Zacarías”, pensó ella con un brillo enfermizo en los ojos.

“Luego de esta noche, pedirás el divorcio. Me desearás. Y cuando descubras que llevo a tu hijo dentro de mí, no tendrás opción.”

—No me siento bien… aire, necesito aire —murmuró él, apoyándose en la pared.

Ella lo besó con fuerza, desesperada, abriendo los botones de su camisa.

Su piel estaba ardiente. Zacarías la sujetó de los hombros, intentando apartarla.

—Detente… ¿Quién eres?… —susurró, ya no recordaba nada, y su visión borrosa no le permitía reconocerla, estaba perdiendo su conciencia, pero su voz era débil.

Gala lo empujó suavemente sobre la cama. Su respiración era agitada.

—Déjate llevar, amor —susurró contra su cuello—. Nadie tiene que saberlo.

Y entonces, el sonido de una puerta abriéndose rompió el hechizo.

El aire se volvió denso, pesado.

La voz de Camely resonó con fuerza, con furia, con un dolor tan profundo que ni el cielo podría contenerlo.

—¡¿Qué es esto?!

Zacarías abrió los ojos de golpe, como si una cubeta de agua helada lo hubiera despertado.

Su mirada se cruzó con la de su esposa, que estaba de pie en la puerta del baño, con el cabello húmedo y la bata blanca pegada al cuerpo.

El tiempo se detuvo.

Gala se separó de él con fingida sorpresa, aunque por dentro estaba furiosa.

—Camely, no es lo que parece… —dijo Zacarías con debilidad

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