Gala miró a la mujer que acababa de salir del baño con el cabello húmedo y los ojos llenos de sorpresa.
No podía creerlo.
—¿Qué haces aquí, maldita, obesa? —escupió con desprecio, clavando sus uñas en las sábanas—. Lárgate, ¿no lo notas? ¿Acaso crees que Zac iba a admitir una noche de bodas contigo? ¡Con una asquerosa gorda!
El silencio se volvió un eco punzante, hasta que un sonido seco lo rompió.
La mano de Camely impactó de lleno contra el rostro de Gala, haciéndola tambalear y caer de rodillas al suelo con un grito agudo.
El golpe resonó en las paredes de la habitación, y el perfume caro de la mujer se mezcló con la tensión que se respiraba.
Zacarías cayó rendido sobre la cama, la piel ardiéndole, con el cuerpo tembloroso.
Apenas podía entender lo que pasaba.
La voz de Gala, histérica, seguía taladrándole los oídos.
—¿Cómo te atreves? ¿Acaso no sabes quién soy yo? ¡Soy el único amor de Zacarías!
Gala intentó abalanzarse sobre Camely, pero esta vez fue ella quien perdió el control.