DOMINIK
El ambiente comenzaba a enfriar un poco más a principios de octubre, pero sentía una ligera calidez, quizá porque sostenía la mano de mi prometida tras bajar del auto camino a la oficina.
Me daba cuenta de que para los que pasaban ya era normal vernos así, pero para mí seguía siendo como el primer día, como el curioso momento en que la conocí en ese club nocturno, ella toda borracha y pidiéndome sexo.
Se sentía como si tuviera miles de cositas brincando en mi estómago, con los nervios a flor de piel sin pensarlo; y quizá era tonto, porque era un hombre de veintinueve años con mucha experiencia en la vida, tanto buena como mala, y que no precisamente tenía las manos limpias, pero… estaba enamorado.
Nunca pensé en enamorarme al venir al país, mucho menos de ella, justo de ella.
Era como abrir la boca del león y meterme dentro sin contemplaciones.
Bueno, así estábamos, aunque no sé si para mi desgracia o beneficio.
Subimos al ascensor y la sentí pegarse a mí. Una sonrisa pintó mi