78. El instante detenido.
Ambos nos quedamos de pie, observando a Santiago frente a nosotros. Mi nombre tenía en el rostro una expresión de decisión que me preocupó, porque Máximo, con el alcohol en las venas, no pensaría con claridad. Y yo conocía lo suficientemente bien a Santiago para darme cuenta de que no dejaría pasar ese incidente por la paz.
Prácticamente pude prever lo que iba a suceder y me entró una angustiante necesidad por detenerlo, como si todo mi cuerpo, mi mente, sintieran exactamente qué era lo que iba a suceder. Tuve miedo de que la visión que había tenido de ambos hombres matándose a sí mismos se volviera realidad en ese momento.
No que sucediera dentro de aquel parqueadero, como yo lo había vislumbrado, sino que en realidad el destino, alterado y cambiado, los hiciera enfrentarse en ese preciso instante. Y aunque en el fondo yo sabía que no sucedería, porque Máximo había ido desarmado y muy probablemente Santiago no tuviera ningún arma encima tampoco, fue algo instintivo lo que me movió a