Estaban muy cerca de mí, ambos. Tenía mi pecho contra el pecho de Máximo, y mi espalda contra el pecho de Santiago, intentando separarlos. Los ojos de cada uno puestos sobre el otro, prácticamente ignorando mi presencia.

La mano de Máximo comenzó a tensarse mientras empujaba el arma contra la frente de Santiago, y yo pude ver cómo había puesto el dedo en el gatillo. Pensé que no había venido armado, pensé que era verdad lo que había dicho… pero aquí se había dado cuenta. Él le había dicho *“con el arma que traes ahí”*. Lo había notado. Pero yo no lo había notado, porque había decidido creer en un Máximo, lo que había sido un enorme error.

Ya no podía confiar en él, ya no podía confiar en lo que me dijera, en sus promesas vacías. Era un hombre atormentado y mentiroso, y ya no podía creer en él.

Entonces, aprovechando que estaban lo suficientemente cerca el uno del otro, apoyé las palmas de mis manos en el pecho de Máximo y mi propia espalda en el pecho de Santiago, y utilizando todas l