50. Entre la culpa y el deseo
Las palabras de la inversión de este brasileño llegaron a mi cabeza mientras Santiago me besaba. Porque él lo había dicho: tenía que seducirlo, tenía que hacer que se enamorara nuevamente, porque así conseguiría lo que estaba buscando.
Pero mientras sentía la calidez de la lengua de Santiago alrededor de mi cuello, supe que lo que estaba haciendo no lo hacía por la misión, ni por destruir el medicamento Serexor para que la Cofradía tuviera nuevamente el poder que tanto anhelan y tenemos aquí. Eso lo estaba haciendo porque realmente... pues nada, porque tampoco podía ser tan ingenua y tapar el sol con un dedo al decir que yo aún no sentía nada por Santiago. Porque era una mentira absoluta.
Todavía estaba profundamente enamorada de él. Y qué hubiera sido capaz de olvidar completamente todo lo que estaba sintiendo en ese momento por perderme entre los brazos de un empresario... Lo único que notaba era perfecto, a pesar de los años y a pesar de todo lo que había pasado. Los sentimientos s