34. La alucinación.

En el momento en el que llegamos al hospital supe que las cosas seguirían sintiéndose bastante tensas. Mi Máximo ni Santiago querían alejarse de mí. Parecían como si el uno estuviese completamente al pendiente del otro, como si en cualquier momento cualquiera de los dos pudiera tomarme y secuestrarme y arrancarme de la vida del otro, y aquella situación comenzó a cansarme.

Al menos Santiago tenía más excusas del porqué estar ahí: resolver el problema de ese medicamento era algo bastante importante. Pero definitivamente que Máximo estaba ahí nada más que por los simples celos que lo corroían por dentro. La situación comenzó a hacerme sentir bastante incómoda.

Preparamos la sala. Debido a que el aparato donde íbamos a leer ondas cerebrales de Samuel tenía un campo magnético tan grande, no pude conectar mis electrodos, pero me hubiera encantado poder hacerlo. Entonces, después de acomodarlo y vestirlo para la ocasión, y que el hombre estuviera adentro acostado, no hubo más que esperar.

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