Una semana después
La boda de Ryan Campbell se estaba llevando a cabo.
La iglesia, en el corazón de Nueva York, era un templo antiguo de piedra gris, con torres que se alzaban contra el cielo de primavera. Los vitrales multicolores filtraban la luz, bañando el interior con destellos dorados, azules y rojos. El aroma de lirios blancos y rosas frescas llenaba el aire, mezclándose con el incienso suave que ardía cerca del altar.
En cada banco, cintas de satén marfil caían en elegantes pliegues, sujetas con pequeños ramilletes. El pasillo central estaba cubierto por una alfombra blanca impecable, sobre la que caían pétalos de rosas que parecían haber sido dispuestos uno a uno.
La música de cuerdas resonaba, suave, elevando la solemnidad del momento. Los invitados, vestidos con sus mejores galas, murmuraban entre sí mientras giraban la cabeza hacia el altar, expectantes.
Ryan estaba de pie frente al sacerdote, impecable en un traje negro a medida, camisa blanca y corbata de seda gris. Sus