El sonido suave de los llantos de los bebés era como un analgésico para el corazón de Alisson. A pesar de estar acompañada por Michael y Elizabeth, sentía un dolor penetrante en el pecho. Un dolor profundo que no se le quitaba con nada.
—Cómo me hubiese gustado que las cosas con su padre hubieran sido distintas —susurró, dejando que las lágrimas cayeran por sus mejillas—, y que ustedes hubieran podido sentir su cariño y su amor —continuó, sintiendo cómo una grieta más se sumaba a su ya herido corazón.
Ella sabía lo que era crecer sin un padre; lo había vivido y resultaba sumamente doloroso. Y aunque estaba dispuesta a que a sus hijos no les faltara amor, el hecho de que no tuvieran esa figura masculina dolía, y dolía mucho.
Sostuvo a Nathan en sus brazos y le besó la frente. Él era el más tranquilo de los tres, mientras las niñas no paraban de llorar y comían a cada hora. Pero Nathan comía cada tres horas exactas y siempre se mantenía en silencio y sereno.
—Eres una cosa hermosa, mi a